lunes, 22 de noviembre de 2010

Yo quiero ser...

(Este iba a ser un guión para un cortometraje. Idea original concebida en conjunto con Daniel Martin y Patricio Felices.)


YO QUIERO SER...

  La madre de Pablo está en la cocina preparando los cafés y las copas de manera apresurada. Se ve como prepara café y whiskeys para seis personas. Justo en el momento en el que acaba de poner el azúcar en las tazas el café empieza a hervir y ella le apaga el fuego y lo vuelca. Mientras, se escuchan unas conversaciones de fondo procedentes del salón.
            - ... si es que el precio de la vivienda ahora mismo es imprevisible, los bancos tienen mogollón de pisos guardados que no ponen en venta esperando un mejor momento y así falsifican la oferta y por lo tanto manipulan los precios... (el padre)
            - ... pero si es que si seguimos así, con la cantidad de paro que estamos viendo hoy en día es imposible comprarse una casa... (el tío)
            -... por eso lo importante es estudiar, porque como no estudies no tienes nada que hacer, hoy en día... (La tía)
            - ... los barcos navegan entre los delfines... - La voz de la abuela.
            - ... pues tampoco te creas que te garantiza nada, será que no hay abogados en las colas del paro y currando de camareros... (el marido de la tía)
  La madre de Pablo pone las tazas y las copas en una bandeja y se las lleva hacia el salón donde la tertulia inunda el comedor de la casa, no se puede escuchar silencio ni un solo momento, las voces se superponen la una sobre la otra como si a nadie le importara escuchar lo que le dicen y todos quisieran decir la suya y ser escuchados. Alrededor de Pablo, el pequeño de la familia, se sitúan sus padres, Pedro y Helena, su tía por parte de madre con su marido, su otro tío soltero y la abuela.
            - A ver que futuro le espera al chaval, con los tiempos que corren... - Dice el tío del chaval señalándole con un gesto de la cabeza. A dichas palabras la abuela reacciona pellizcando con ímpetu la mejilla del niño y hablándole.
            - ¡Pero que majo y que grande es ya mi nietecito!
            - ¡ Y bien fuerte! -  Dice su tío, el soltero, levantando el brazo. - Nuestro chaval va para futbolista, el nuevo Messi, si señor.
            - En ver... - La voz del chico es interrumpida por su tía.
            - Futbolista, anda que no vives tú en Babia. Estudiar y ser médico es lo que tiene que hacer. - La mirada del niño se dirige a su tía y se dispone a hablar pero no lo consigue.
            - Pero que tonterías dices, Concha. Se va a pasar media vida estudiando sin que eso le garantice nada. Hoy en día tal y como están las cosas, servir al país y asegurarse una buena jubilación es lo mejor, se convertirá en un buen policía. - Dice su marido.
  Y mientras su mujer le debate la opción debido a la peligrosidad del oficio, su madre acaricia el pelo del niño y dice:
            - Que haga unas oposiciones y se convierta en un funcionario, que viven muy bien. - Y se levanta y se dirige a la habitación contigua, la cocina, cuya puerta está a las espaldas del niño.
            - Tenemos un futuro marinero, como su abuelo. - Dice la abuela que le vuelve a pellizcar la mejilla con dos dedos hasta provocar una mueca de dolor en el niño.
  El niño mira a uno y después a otro buscando su momento para hablar, pero no lo encuentra ya que inmediatamente, y a la vez que su tío y su mujer se ponen a discutir de si es mejor ser médico o policía, su padre dice acariciando la cabeza del chaval:
            - Llevará el negocio familiar, con su padre.
  De repente, por un momento se hace el silencio y todos miran en dirección al chico que parece que va a ser escuchado.
            - Yo quiero ser... - Y su boca se mueve pero su voz es completamente silenciada por los cantos de cumpleaños feliz que le dedican sus familiares a la vez que su madre aparece por detrás suya y le pone enfrente una tarta de cumpleaños con velas encendidas. 

martes, 14 de septiembre de 2010

El borracho inconsolable II

II

  Es jueves y estoy frente al ordenador maquetando la revista. Mañana por la mañana es el día de entrega, o "dead line", como dicen los americanos. Esta semana he estado un poco distraído y, la verdad, no me sobra el tiempo para entregar dentro del tiempo límite. Aun así, de entre todos los clicks de ratón que hago, algunos los dedico a mi entretenimiento personal. La dedicación plena y absoluta al trabajo me crea una sensación de agobio y sin sentido, me hace perder de vista lo que hago y me satura. Es lo que se llama sensación de absurdidad. Así que, de vez en cuando, entro a las redes sociales en las que tengo cuenta. No tengo mensajes. Continúo un rato trabajando y, en un intento desesperado de reclamar atención, cuelgo a la red las fotos que me hicieron durante el "bukake". Ahora todos mis amigos, excompañeros de clase o curros, simples conocidos, mis enemigos e incluso gente que no conozco de nada, ni se porque extraño motivo tengo agregados, ven mis fotos. Allí estoy yo, sin pantalones, ni necesidad de ellos. En un ambiente íntimo, en un momento privado, con otros cuatro tíos y la chica quien, por su puesto, cobró por ello. Así, un material que se mantenía en privado, solo disponible para mí, los otros cuatro tíos y la chica. Y bueno el cámara, y también toda la comunidad de internautas aficionados al porno amateur, y... bueno, vale, no era tan privado. El caso es que ahora está expuesto y publicado como una noticia importante en un lugar donde todos mis conocidos, o casi todos, siempre hay algún reacio a esto de las redes sociales, pueden verlo y comentarlo.
  Allí está la foto en la que salgo tocándole las tetas a la chica a la vez que otros dos tíos. Otra en la que me estoy masturbando frente a ella, otra en la que sale ella bebiendo de una ensaladera llena de semen. Todas ellas, yo, sin quitarme mi sudadera de "Rhapsody". Si me preguntan diré que es por hacerle propaganda al grupo, que se lo merece. Sin embargo, la auténtica verdad de todo esto, es que me avergüenza ligeramente mostrar toda la inmensidad de mi barriga gelatinosa y peluda en una sesión de fotografía pornográfica.
  Sigo trabajando y me viene a la mente una estrella. Una estrella que quiero que sea mi Estrella Polar, para que me guíe por el camino de la vida. Una estrella que no esta en el cielo sino en la tierra, en la calle más concretamente. O, teniendo en cuenta la hora que es, tal vez esté ya en una pensión de mala muerte con algún cliente, el primero de su jornada.
  Cojo una cerveza de la nevera y sigo trabajando. A pesar de pasarme horas delante de los artículos de la revista, nunca me los leo. Pero hoy, no se porque, tal vez por esa necesidad de mantenerte ocupado con lo que sea pero sin entretenerte demasiado porque tienes cosas que hacer, me da por echarle un vistazo al artículo de mi horóscopo. A continuación de la silueta que representa al rey de la selva se explica que esta semana será una semana de suerte. Que un gran cambio en mi vida mejorará notablemente mi situación laboral y, lo mas gracioso de todo, que una persona a la que estoy conociendo será una persona muy importante en mi vida. Y que con toda probabilidad, y remarca esas palabras en negrita, será la chica con la que comparta los próximos años de mi vida. Cojo otra cerveza. Me aseguro de que el logotipo prediseñado esté perfectamente alineado con el número de la página, con el párrafo, con el icono del horóscopo, con todos los elementos de la composición editorial. Cojo otra cerveza.
  Los pies de foto del "bukake" empiezan a llenarse de comentarios. No contesto a ninguno de ellos, pero hay uno que me llama la atención especialmente. Lo ha escrito mi amigo Lluís, y dice:
  "Supongo que no aspiras a ligarte a ninguna mujer que tengas agregada en el facebook, ¿eh cabroncete?"  
  Pues la verdad es que no. No tengo agregadas a muchas chicas, y desde luego no tengo esperanza de conseguir nada con ninguna de ellas. Casi me da hasta gracia el comentario. Sigo maquetando.
  Se hacen las doce, la una, las dos... La papelera de mi cuarto llena de trocitos de papel higiénico manchados con mocos o semen, ahora está rebosante también de latas de cerveza vacías y machacadas.
  De repente suena el timbre. Me pregunto quién será. A estas horas de la madrugada no solemos recibir visitas inesperadas. Sin embargo, voy decidido a abrir. Me sorprende infinitamente encontrarme con Estrella al otro lado de la puerta. No sonríe simpáticamente como solía hacer la otra noche. Ahora su mirada es lasciva y su boquita entreabierta me está pidiendo a gritos que me la coma. Pero estoy tan sorprendido que no puedo actuar. Cada uno de mis músculos se queda totalmente paralizado ante dicha escena. Incluido mi cerebro. Así que es ella quien me coge y me besa salvajemente apasionada. Sin mediar palabra me va empujando suavemente hacia mi habitación, a la vez que me va besando todas las partes de mi cara. Una vez dentro me empuja fuertemente de manera que caigo tendido encima de la cama. Ella se pone encima mío apoyando una de sus rodillas a cada lado de mi cuerpo, noto la calidez de su entrepierna apretada contra la mía. Se inclina poco a poco, y en un momento mágico, sus labios vuelven a tocar los míos.

  Me sorprendo a mi mismo eyaculando en solitario, en el interior de los calzoncillos, a la vez que suena mi teléfono móvil. Me llaman del curro y acumulé demasiado esperma durante la noche que pasé con Estrella. Miro la hora en el ordenador, que sigue todavía encendido, y es justo la hora de entrega. Me he pasado toda la noche dormido en la silla de trabajo, fantaseando con una mujer a la que casi ni conozco, pero ha sido de las fantasías mas intensas de mi vida. No he llegado a la entrega, y eso a mi jefe no le va a gustar. Cojo el teléfono, sin quitarme de la cabeza la sensación pegajosa del interior de mi calzoncillo, y contesto como si no me diera cuenta de lo que pasa:
            - ¿Diga?
            - Héctor, tío, ¿Qué demonios estás haciendo? Está pasando el plazo de entrega y tú todavía no has subido los archivos...
            - ¿Cómo? - Le interrumpo en un intento de hacerme el sueco.
            - Coño, que entro en la ftp y no me salen los archivos, te estás columpiando.
            - Pero si los subí hace un rato. -  Interrumpo de nuevo, sorprendido de mi capacidad para improvisar una mentira en un caso tan necesario.
            - ¿Qué? -  Se sorprende mi jefe.
            - Que si, vuelve a mirar.
  He ganado unos minutos antes de que me vuelva a llamar, así que continúo a toda prisa la maquetación. Sin ni siquiera cambiarme los calzoncillos. Por suerte me queda poco para acabar. En veinte minutos mi jefe vuelve a llamar.
            - ¿Lo has podido descargar o no? - Inicio yo la conversación mientras sujeto el teléfono móvil con el hombro a la vez que sigo trabajando en el ordenador con las dos manos.
            - Que no aparece - Me dice un poco extrañado de todo el asunto.
            - Bueno, pues... - Vacilo unos segundos pensando en lo que le voy a decir - Habrá sido un error del servidor. Volveré a subirlo todo, vuelve a mirar dentro de unos veinte minutos.
  Supongo que mi trola colará, teniendo en cuenta que el jefe es un inepto informáticamente hablando. Por suerte prácticamente había acabado antes de dormirme, así que acabo a toda prisa. Dejando de lado el escaso perfeccionismo del que suelo hacer gala cuando trabajo. En veinte minutos estoy subiendo la revista acabada, por primera vez esta semana. Mi jefe no me vuelve a llamar, por lo que calculo que todo le ha llegado correctamente. A estas horas de la mañana tengo todo el cuerpo dolorido de haber dormido en la silla, y la cabeza de haberme hartado de cerveza. Lo único que se me ocurre que puedo hacer ahora mismo es meterme en la cama y perder otro día de clase. El maldito trabajo me desconcentra de los estudios.

  Me despierto horas después. Entre mis piernas noto que una parte de los calzoncillos ha adquirido una dureza desagradable. La masa gelatinosa blanca se ha secado en mi ropa interior, convirtiendo la suave seda, o algodón o lo que se de lo qué estén hechos mis gayumbos, en algo duro e incómodo. Decido que necesito una ducha, y un cambio de ropa interior. Y tras ello me dirijo al instituto. Por supuesto, no llego a tiempo para asistir a ninguna clase, pero es viernes, y después de clase los compañeros suelen ir a tomar unas cervezas a un bar cercano al colegio. A euro y poco la doble malta, y con gente con la que puedo compartir opiniones acerca de muchas cosas, vale la pena ir. El lugar en cuestión es una especie de taberna trasga. Cuando llego, mis compañeros ya están ahí, tomando unas cervezas en la terraza. Una terraza que consta de dos mesas abandonadas en el patio trasero del bar, dónde se guarda todo el material pesado. De este modo, barriles de cerveza, pies de sombrilla amontonados, cajas de cartón apiladas y un retrete sucio son el escenario de nuestra charla. El tabernero, un hombre gordo alto y tuerto, me pide que voy a tomar. Le digo que una doble malta y me guiña el ojo. ¿Habéis visto alguna vez a un tuerto guiñar un ojo? Es de lo mas raro. Debido a esto y mucho mas, y cuando digo mucho quiero decir mucho, no es de extrañar que tan carismático bar sea conocido entre los estudiantes de mi instituto como "Mordor bar", aunque por su puesto, éste no es su verdadero nombre.
  Durante las primeras cervezas me mantengo bastante al margen de la conversación entre Lluís, David y Carlos, que son los que están más cerca de mi en la mesa. Intercambian opiniones sobre cine. "El club de la lucha", "Doce monos" y "Seven" se encuentran entre las películas favoritas de David. Esa fijación por las películas de Brad Pitt me hace dudar de su sexualidad. Lluís prefiere "Trainspotting" y "Réquiem por un sueño". Me pregunto que debe ver en los yonkis para considerar estas películas las mejores que ha visto. Tras un par de cervezas me empiezo a animar y expongo mis preferencias:
            - "28 días después". Eso si que es un peliculón. - Digo
            - Cierto, cierto - Afirma efusivamente David.
            - ¡Pero que dices! Una de zombies, eso es muy poco sofisticado. - Rehúsa Carlos.
            - Pero que va, esa peli trabaja la psicología humana de una manera brutal, ante esas situaciones lo que somos capaces de hacer -  Le discute David.
            - Si, además, no son zombies, son infectados. - Añado yo.
            - Es cualquier cosa - Continúa Carlos - Al final se basa en crear espectáculo a base de sangre, violencia y efectos especiales.
            - Estás muy equivocado, los zombies son solo el contexto, la trama principal es totalmente psicológica, te hace pensar hasta donde puede llegar la bajeza humana y muestra el lado mas oscuro de la mente. - Argumenta David.
            - A ver, ¿Que películas miras tu? - Le pregunto yo a Carlos, ya que se ha mantenido al margen, o ha opinado negativamente de todas las que hemos mencionado hasta ahora.
            - Pues, lo mejor que se ha visto hasta la fecha, es la Nouvelle Vague, la generación de los años cincuenta en Francia. Eso si que es un ejemplo de explicar grandes historias con los medios justos y necesarios. No tenían la necesidad que tienen ahora los americanos de desperdiciar cantidades      industriales de dinero para explicar historias basura.
            - ¡Tío, eres un puto gafapastoso! - Digo gritando a la vez que me levanto de la silla dando un golpe en la mesa. - Además de un ignorante, porque "28 días    después" ni siquiera es americana. - Añado mientras me dirijo al baño sin esperar su respuesta.

  Eres el típico borracho que tiene siempre la razón, la tengas o no. Debería darte vergüenza, pues estás lleno de esa intolerancia que tanto te molesta en los otros. Y tan borracho que tienes que ir a vomitar. Aunque en esta ocasión te viene perfecto para huir de la situación que has provocado. Aunque Lluís y David se hayan reído, lo que has dicho no ha estado bien. Fácilmente hayas ofendido a Carlos, y eres demasiado cobarde para afrontar las consecuencias de tales actos. Así que te levantas, vas al baño, y vomitas. Esta vez en el peor retrete del peor tugurio de la ciudad. O casi. Al poco rato vuelves a la mesa, te sientas y pides otra cerveza, orgulloso como si eso fuera un logro, o una hazaña. Carlos se ha marchado, probablemente por tu culpa, como, tal vez, todo el resto de la gente que había en la mesa hace un par de horas. Ahora solo quedáis tú, David, Lluís y vuestras magnánimas borracheras. ¿Te sientes tan importante como para ser la causa de la marcha de toda esta gente? ¿O puede que tengas delirios de grandeza causados por tu estado ebrio? Tal vez, solo tenían cosas que hacer. Pero por si todo esto fuera poco vergonzoso, tras echar una gran cantidad de líquido por el retrete, vuelves a sentarte en la mesa, victorioso, y, como si fuera el golpe de gracia a tu enemigo, le pides otra cerveza al camarero. Y ese es tu mayor triunfo. Cuán fracasado eres para tener que estar orgulloso de tu capacidad alcohólica.

  Pasan unas horas y el camarero me trae uno bocadillo de salchichas. Ni si quiera recordaba haberlo pedido, pero me viene cojonudo. Me repone. Después de comérmelo vuelvo a tener conciencia de mis actos y de mi ser. Son las seis de la tarde y el tuerto nos dice que ya no va a servirnos mas bebidas, que tiene que cerrar.
  Llevamos un montón de horas aquí bebiendo, de las cuales muchas ni recuerdo. Sacamos nuestros cuerpos tambaleantes del bar y, casi sin darnos cuenta, nos separamos cada uno por su lado. Por un momento me preocupo por Lluís. Había venido a clase en bici, y supongo que en ese estado volverá también en bici. Aunque el peligro no es mucho menor para mi que no consigo ni caminar en línea recta. Vuelvo a casa y voy a dormir un rato. Pero no mucho. Hoy es viernes y estoy desando salir. Y lo deseo más que nunca porque quiero reencontrarme con Estrella. Así, antes de dormirme, programo el despertador del móvil a las diez de la noche.

  Suena el despertador, te despiertas, te duele la cabeza, le das a snooze, te vuelves a dormir. Vuelve a sonar diez minutos mas tarde, casi consciente, le vuelves a dar a snooze. Vuelve a sonar, coges el teléfono y te planteas si darle a stop o a snooze. Tienes montones de cosas que hacer, trabajos atrasados del curso, en el cual deberías ponerte en serio si quieres sacártelo algún día y cambiar de trabajo. Proyectos personales, y ganas de ver un montón de películas que descargaste pero nunca te has mirado. Pero, por otro lado, como en casi todos tus despertares, estas siendo castigado por un terrible dolor de cabeza, tienes sueño y te importa poco la hora que sea. Te ves incapaz de decidir si te levantas o te quedas durmiendo. Así que vuelves a darle a snooze y ya decidirás después. Cuando vuelve a sonar te acuerdas de que son casi las once de la noche, y calculas las veces que has apagado el móvil, y cada cuanto suena, y llegas a la conclusión de que ha sonado unas cuantas veces sin que ni te despiertes. A ese estado de inconsciencia has llegado. Esta vez te empiezas a plantear más en serio la posibilidad de levantarte, o al menos porque pusiste el despertador, ya que, son las once de la noche, por supuesto no es hora de ir a clase. Recapitulas los últimos días de tu vida y te das cuenta de que el despertador no te está avisando de que tengas que currar ni estudiar. Te está avisando de que es viernes por la noche y es el día de ir en busca de una estrella.

  Y con Estrella en mente no me cuesta trabajo levantarme y prepararme para una nueva noche de fiesta. Una nueva epopeya etílica. Me ducho, me echo una cantidad importante de desodorante por todo el cuerpo, me recorto la barba y me lavo los dientes concienzudamente. Aunque este último paso no se para que, ya que dentro de un par de horas mi aliento olerá tanto a cerveza que olerlo emborrachará. Me voy directo al Raval, allí encontré a Estrella por primera vez, y allí espero volver a encontrármela. Conforme avanzo a través de la ciudad me van entrando los temores, y un intenso temblor en la boca del estómago se hace cada vez mas fuerte. Me estoy poniendo nervioso pensando en que volveré a ver a Estrella. Pensando en que le diré o que haré. A mi mente viene una imagen de mi mismo estilizado, más alto, delgado y fuerte. Con este aspecto, y en un escenario con un fondo de colores luminosos, me acerco a una inocente Estrella y, con una voz seductora, más parecida a la de Constantino Romero en "Terminator" que a la mía propia, digo: "Buenas noches preciosa, eres el ser mas maravilloso que existe, tu belleza es de tal magnitud que roza la divinidad. Se la estrella que me guíe por el mar de la vida y hazme así el hombre más feliz del mundo." Ésas son las palabras que voy a utilizar.
  A una calle de donde me encontré a Estrella por primera vez, un fuerte la latido del corazón me impide seguir avanzando. Los nervios me traicionan y lo único que puedo hacer es entrar en el bar más cercano y pedirme una cerveza. Doble malta, doble alegría. Aunque por esa regla de tres con la segunda la alegría debería multiplicarse por cuatro. Pero no es así. Apoyado en la barra de un bar cualquiera, a una calle de encontrarme con mi amor, no me atrevo a llegar a él. Múltiples temores me invaden. Mi incapacidad social, encontrármela en el momento en el que se va con otro cliente, que me diga que no quiere que me vuelva a acercar a ella ni pagando... Así que voy a seguir bebiendo hasta que se me despeje un poco la cabeza y desaparezcan todas estas ideas de mi mente. O, tal vez, sería más apropiado decir que seguiré bebiendo hasta que se me nuble lo suficiente el juicio como para que todos los dichos temores queden ocultos tras una cortina de humo. En cualquier caso, sigo bebiendo, e inicio una conversación con el tío de la barra. Me abro a él como si fuera mi psicólogo.
            - Tío -  Le digo zarandeando una cerveza - Creo que me he enamorado.
            - Ahá - Asiente tras echarme una mirada, arqueando una de sus espesas cejas a la vez que seca unas copas.
            - ¿Sabes cuando realmente quieres a alguien?¿Cuando no puedes dejar de pensar en ella ni por un minuto?
            - Ahá - Responde mientras continúa con su monótona tarea.
            - Pues así es como me siento.
            - Ahá - Responde.
            - Pero eso no es lo malo - Continúo yo, que me siento escuchado. - Lo malo es que no me atrevo a ir a por ella. Es una mujer tan superior a mí.
            - Ahá - Me dice mientras coge otra copa y se dispone a secarla.
            - Ella es una persona suprema, se acerca a la divinidad y, sin embargo yo... yo...   no puedo estar a la altura ni en un millón de años. Es un amor imposible. Y encima está lo de su trabajo. Nunca podremos llegar a nada...
            - Ahá.
            - Somos como Romeo y Julieta, como Pocahontas y John Smith, como Meier Link y Charlotte Elbourne. Nuestro amor está condenado a un fracaso prematuro. No vale la pena que siga pensando en ella. Más vale que la olvide.
            - Ahá. - Sigue dando vueltas a una copa envuelta en un trapo.
            - Sin embargo, siento que necesito a esa mujer.
            - Ahá.
            - Tengo que luchar por lo que quiero, de lo contrario nunca tendré lo que quiero. ¿Cierto?
            - Ahá.
            - Claro, es mejor salir allí fuera e intentar conquistarla. Convencerla de que otro estilo de vida es posible. Convencerla de que tiene que venirse conmigo.
            - Ahá.
            - Eso voy a hacer, si...
  Tras este intenso diálogo con el camarero me siento un poco mejor. Más seguro de mi mismo. Aún así pasa aproximadamente una hora hasta que me decido a salir ahí fuera a luchar por lo anhelado. Tengo que armarme de valor, y eso lleva un tiempo, y unos tragos. Cuando por fin me siento preparado, me levanto enérgicamente, dando un golpe con las palmas de la mano en la barra, me doy la vuelta, y parto en busca de la felicidad.
            - ¡Eh! ¡Espera! - Es el camarero que, sorprendentemente ha cesado su actividad.
            - ¿Qué? - Me doy la vuelta extrañado.
            - ¡Págame! ¡Me debes treinta pavos!
            - De acuerdo, lo siento, se me olvidaba. - Lo cierto es que se me olvidaba, pero...  ¿¡Treinta pavos!? ¿Tanto he bebido?
            - No pasa nada - Me contesta mientras cuenta el dinero. Aunque su cara reacia no parece decir lo mismo que sus palabras.   
  Después de pagar salgo a la calle Sant Pau. Pero algo menos decidido. El camarero me ha cortado el rollo. Camino un poco y me detengo en la esquina con la calle Robadors. Me dispongo a recorrer la calle del vicio, la calle dónde la vi por primera vez. Pero me falta valor, y pasa un "paki" y me ofrece una lata de valor a un Euro. Me la tomo, parado en la esquina como si esperara algo. Allí me ofrecen de todo, bocadillos, hachís, juguetitos luminosos, cocaína y flores. Eso es una buena idea, flores. Una rosa me cuesta un Euro y creo que puede gustarle a Estrella. Rosa en mano me adentro en la calle Robadors, conocida popularmente como la calle de las putas. La recorro de arriba abajo y de abajo a arriba. Me doy cuenta de que el horizonte este empieza a clarear y me pregunto cuantas horas debí estar en el bar. Pero a pesar de eso sigo pateándome la calle. No pierdo la esperanza de encontrar a Estrella, aquella estrella que quiero que sea mi estrella polar. Mientras voy subiendo y bajando la calle, voy pidiendo cervezas a los vendedores ambulantes. Una tras otra, y mi caminar vuelve a ser un zig zag de acera a acera. Me imagino mi emotivo encuentro con Estrella. Cuando me vea y nos abracemos. Y, tras recibir mi rosa, nos daremos un apasionado beso. Tal vez hasta se nos salte alguna lagrimilla de la emoción. Pero primero tengo que encontrarla. Voy de un extremo a otro de la calle una vez, y otra vez, y otra... Camino ignorando a los yonquis que me piden dinero y a los besos muertos y piropos que lanzan las mujeres de la calle. Aunque hay más de una que tiene muy buen ver, vamos que me la hubiera follado en cualquier otra ocasión, pero ahora mismo mi cabeza, ambas, están totalmente ocupadas por una sola mujer.   
  Después de un par de horas, con la calle ya totalmente iluminada por el sol, me canso de caminar y me siento en una esquina cualquiera. Con mi rosa medio marchita a mi lado. Desde allí sigo vigilando la calle por si ella aparece. Pero voy borracho. Muy borracho. Me pesa la cabeza, me pesan los ojos, y parpadeo lentamente. Muy lentamente. Hasta que cierro los ojos y tardan en volverse a abrir.

  Y en tu intento de buscar una Estrella Polar, solo logras ver una estrella fugaz. ¿Pero de verdad pensabas que iba a ser tan fácil? ¿Qué te estaría esperando, te presentarías ante ella con una rosa medio marchita, y que os iríais a follar sin parar? Deja de intentar vivir tus fantasías, así nunca conseguirás nada de provecho. Tienes ya veinticinco años. Es hora de que toques con los pies en el suelo y evites escenas tan patéticas como ésta en tu vida. Porque, mírate. En plena calle Robadors, en una esquina dormido cual mendigo, mientras caen los pétalos de tu rosa. Uno a uno se van esparciendo y difuminando por el aire sin dejar rastro.

  Me despierto un par de horas después, la estela de una estrella fugaz ya ha desaparecido por completo, asumo que debo olvidar a Estrella. Es una prostituta que me trató bien por dinero. Tengo que convencerme de ello. Cuando me levanto me siento totalmente descolocado. Como fuera de lugar. Y me duele la cabeza de una manera brutal. A mi lado hay un charco de vómito que, por el sabor de boca que siento, puede ser mío. Es hora de ir para casa, y cuando empiezo a caminar me doy cuenta de que me falta algo. Tengo una raja en el bolsillo del pantalón, dónde guardaba la cartera, y ahora allí solo queda aire. Debería ir a efectuar la denuncia de robo para no ir indocumentado. Pero primero tengo que ir a casa a dormir y, puesto que el ticket de metro lo conservaba en el interior de la cartera, tendré que ir caminando. Vaya paliza, a paso normal tardaría unos cuarenta y cinco minutos. A paso resacoso y pesado como el que tengo hoy, me espera mas de una hora de caminata para poder pillar la cama, que tanto ansío en estos momentos. 

miércoles, 18 de agosto de 2010

El borracho inconsolable I



EL BORRACHO INCONSOLABLE
I
Estas sentado en la taza del váter, lo que sale de tu agujero negro es innombrable. El suelo se mueve y el cielo iluminado del otro lado de la ventana te indica que has estado demasiadas horas fuera de casa, bebiendo. Intentas mantenerte despierto pero tus ojos pesan, te estas durmiendo sentado en la taza del váter, con los pantalones bajados y el culo lleno de mierda de una masa semejante a la nocilla en verano. Cuando te dejas vencer y caen tus parpados, tu cerebro te traiciona desactivándose por un momento, lanzándote precipitadamente contra el suelo. Pero, bendita tu suerte, que el brusco movimiento ha sacudido tu castigada y deshidratada masa gris, y esto ha provocado una reacción simultanea en tu estómago, que se ha revuelto mas que unos huevos en un desayuno inglés. Te apresuras, pues notas la abundancia de líquidos que empieza a segregar tu boca por la necesidad de vomitar. Bajas el culo de la taza del váter, y pones la cara. El terrible olor de la diarrea te penetra las fosas nasales ayudándote a vomitar con más fuerza, y entonces, el olor se mezcla con la peste a bilis. Todo junto crea un ambiente en el que te da la impresión de que no podría vivir ni un cerdo, ni si quiera una cucaracha. Pero ahí estás, con la cara apoyada donde antes tenías el culo, agradeciendo haber apuntado bien al cagar. Sobreviviendo a una de tus mayores borracheras, una de tus tantas mayores borracheras, y preguntándote una vez más, de qué sirve beber. Abrazas el váter como si fuera tu novia, vuelves a vomitar, y acto seguido pierdes la conciencia en el retrete de tu casa, que, ahora mismo, por tu propia culpa, es el retrete más asqueroso que has visto en tu vida. Aún así te quedas allí, apoyado a pocos centímetros de una obra de arte formada por heces, licor semidigerido y bilis. Al menos por un par de horas, hasta que tengas fuerzas de ir a la cama.
Al despertar tardo unos segundos en recordar donde estoy. No recuerdo haberme separado de la taza del váter, pero ahí estoy, tumbado en el suelo. Con medio cuerpo dentro del aseo y el otro medio en el salón. Por suerte ha desaparecido esa voz que me sermonea a menudo. Son las ocho de la mañana, y mis clases empiezan a las ocho y cuarto. Llego tarde. Me duele la cabeza y me apetece tanto ir como pegarme martillazos en las pelotas. Pero me apetece aun menos verle el rostro al imbécil de mi padre recién levantado. Así que, tal como me despierto, me levanto y me voy en dirección al instituto. Ni tan siquiera me ducho, aunque se que me iría bien. No me queda tiempo, urge abrirse si no quiero encontrarme con él.
El trayecto en el autobús se hace especialmente duro. En mis auriculares suena "Megadeth", y suena "El reno renardo". Tengo un duelo con una señora al salir del autobús. Ella espera a que me disponga a bajar, para hacer lo mismo, entonces me empuja pretendiendo que la he empujado yo, y prosigue su coreografía con una sarta de insultos. Aunque no se que dice, su voz queda totalmente enmudecida por los brutales acordes oscuros de "Lamb of God" que ahora suenan en mi mp3.
Cuando consigo bajar del autobús y miro la hora, me doy cuenta de que llego más de una hora tarde. La resaca aun no ha cesado, y ni siquiera he desayunado. Mi próxima parada es el bar de la esquina. Allí le pido un bocadillo de sobrasada y una doble malta al camarero. El primer trago me sabe a gloria.
Piensas volver borracho, arrastrándote a casa, no te importa lo que piense la gente. Sabes que el mundo esta jodido y pretendes no verlo a base de tragos. Pero sabes que por mas que bebas el mundo seguirá así. No es el mundo el problema...
La voz de mi mente desaparece en el momento en el que llegan al bar un grupo de compañeros de clase. Esto me indica que ya son las once, la hora del descanso. Es un momento agradable del día. No es fácil encontrar compañeros de barra dispuestos a compartir hazañas y peripecias durante las horas matinales. La resaca ya va desapareciendo, o mas bien se esta reconvirtiendo en una nueva borrachera, pues ya llevo cuatro cervezas. A la llegada del camarero para coger comanda a mis compañeros aprovecho y pido otra.
Con quien me llevo mejor, y tengo mas confianza de ellos se llama David, compartimos aficiones, por la música, por los videojuegos, por el cine porno... Aunque a veces me da la impresión de que me desprecia por como soy. Él es lo opuesto a mi. Es puntual, responsable, respetuoso, saca buenas notas, tiene coche y una novia estable. A pesar de escuchar heavy metal, es lo que se llamaría un hombre de provecho, una persona políticamente correcta, un buen partido. Calificativos que jamás nadie diría de mí. Aún así me muero de ganas por contarle lo que hice el pasado viernes. - No sería así si no fueras borracho, pero siempre sobreexplotas el efecto desinhibidor del alcohol - Vale, pero voy borracho, así, sin mas preámbulos, le digo:
- El viernes participé en un bukkake.
- Muy bien, Hector - Se ríe un poco. Parece que ya nada de lo que le digo le sorprende.
Ya debe estar pensando que no tienes remedio. Que eres un hombre acabado sin provecho alguno, y que así no vas a llegar a ningún sitio, pero tu sigues bebiendo y bebiendo sin parar, aunque no tengas nada que celebrar. Beber y beber sin parar no te lleva a ningún lado, mientras, mírale a él, responsable, anteponiendo sus obligaciones a la fiesta. Sin duda su padre estará orgulloso de él. ¿Y que hay de su novia? Seguramente le recompensa por su dedicación y esfuerzo con la mejor de las ofrendas. En cambio tú, lejos de tener a alguien que se enorgullezca de ti, ni si quiera puedes estar orgulloso de ti mismo. Sin embargo aquí sigues, en pie, luchando por llegar al día siguiente. ¿Por qué lo haces?
Se hacen las once y media, se ha acabado el tiempo de descanso. Decido seguir la corriente de mis compañeros y abandonar el bar para hacer lo que se supone que debo hacer; asistir a clase. Aunque no es que consiga aprender mucho ni prestar mucha atención debido a mi particular estado ebrio. Aun así intento hacer los ejercicios prácticos con el ordenador y currar un poco, intentando disminuir el retraso que llevo.
A las dos y cuarto del mediodía el autobús está a reventar. Como todos los días. Debido a mi envergadura se me hace más difícil que a otros abrirme paso a través del cúmulo de estudiantes jóvenes de la periferia. Pero el conductor grita que nos movamos hacia el fondo, que no cabemos todos, así que avanzo, y avanzo. En frente de la puerta de salida he visto un pequeño hueco en el que a lo mejor puedo ponerme de pié sin sentir que me tocan un montón de desconocidos. Así me voy abriendo paso a través de los chavales, esquivando sus gorras planas, hasta que uno de ellos cree que lo empujo a conciencia:
- ¡De qué vas chavo! - Me grita
- ¡ Joder, déjame espacio para pasar! - Le contesto con el mismo tono.
El muy subnormal no entiende que el autobús está abarrotado, y, si apenas ha dejado espacio tras de si para que pase una persona normal, mucho menos para que pase yo con mi mochila, o sin ella, realmente tampoco viene de ahí.
- ¡Simplemente no me toques, gordo!
No tengo nada en contra de la gente de otros países, que quede claro, pero si me tocan los huevos de manera descerebrada yo respondo a la altura:
- ¡Vete a tu puto país, panchito de mierda!
- ¡¿Cómo?! Repite eso si tienes huevos, venga repítelo huevón, repítelo - me dice hablando a una velocidad de vértigo, mientras saca pecho. - Eres un puto racista, ¿no?, ¿Te crees muy fuerte? Repite eso que dijiste si los tienes bien puestos venga...
Me vuelve a doler la cabeza debido a una nueva resaca, y no estoy para aguantar a idiotas de tal magnitud. Así que le interrumpo su charla de gallito sin gallinero asestándole un izquierdazo en toda la cara con todas mis fuerzas. Lo hecho para atrás. Sin duda he aprovechado el factor sorpresa y he conseguido tumbar al chulo de un golpe. Por un solo instante me siento victorioso, parece que he hecho un "knock out". Un "perfect". Pero solo lo parece. Los dos amigos que le respaldan lo sujetan evitando que caiga al suelo, y lo empujan hacia mí. Como si estuviéramos en una pelea clandestina y hubieran apostado por él. Aprovecha el impulso recibido y añade la potencia de su brazo, que no es poca. Me hunde su puño en mi cara. Me caigo al suelo con el golpe que me quita el "perfect", pero... pero voy a... pero voy a recibir una tunda de hostias en pocos segundos que me va a quitar hasta la resaca. Mientras recibo palos, escucho al conductor gritando desde su asiento, grita que nos bajemos, que no quiere historias en su autobús. Ha parado y abierto la puerta expresamente para que nos bajemos. La gente que nos rodea simplemente mira, con los ojos muy abiertos, pero solo miran. Ninguno piensa ayudarme, ni intentar detener esto. La masa atónita ha formado un circulo alrededor nuestro que recuerda a una pelea de boxeo callejero, solo que sin dinero en las manos ni gestos de ánimo. Y yo me pregunto dónde coño estaba todo este espacio hace unos minutos. Entonces nadie se apartó para dejarme paso, y ahora estoy recibiendo una paliza de parte de un macarra al que no había visto antes, a pesar de que debe estudiar en el mismo centro que yo. Me cubro la cabeza con los brazos, y noto su puño hundirse en varias partes de mi cuerpo. En la franja de aire que queda entre mis dos antebrazos veo la puerta trasera del autobús, abierta. Estoy salvado. Me arrastro hasta el exterior, y allí, la lluvia de golpes cesa. El autobús arranca a mis espaldas mientras me levanto del suelo. No es la primera vez que pierdo una pelea. Estoy bastante acostumbrado al fracaso, en muchos aspectos, también al dolor.
La parada de metro que tengo que coger no me queda lejos, así que decido acercarme caminando en lugar de esperar a que pase el próximo autobús. A cada paso que doy noto como el temblor de mis carnes hace resurgir el dolor de los golpes recibidos. Dentro del metro otra vez lo mismo. Hora punta, cúmulos de gente que se apelotonan una tras otra para pasar por las puertas, por las escaleras mecánicas, por los pasillos... Me recuerdan a un hormiguero, donde cada miembro sigue su función de manera eficaz y automática. Como si su genética les obligara a hacer eso y no pudieran hacer ninguna otra cosa a parte de la que hacen. Se que suena típico, pero es así como lo veo, y me parece deprimente. Patético. Sobretodo porque formo parte de ello.
A pesar de lo lleno que está el metro toda la gente me mira con cara de desconfianza, y se apartan a mi paso. Ahora nadie me toca, ni tengo que tocar a nadie, sigo mi paso firme, recto hacía adelante, y no tengo que esquivar a nadie, la gente se preocupa de esquivarme a mí. Aprovecho el borde metálico del reloj del metro para observar mi reflejo, y me da hasta gracia ver que mis labios y encías están sangrando. La sangre ha llegado a mi barba donde se esta empezando a secar, formando así pequeñas rastas. Goterones se extienden a lo largo y ancho de mi jersey, tengo un ojo un poco morado e hinchado, que se me entrecierra debido a la hinchazón. Ahora entiendo porque todo el mundo se aparta de mi.
Irónico ¿no? Un gordo con una sudadera metalera, greñas y barbas inspira ser objeto de burla y engrandecimiento de un chulo reggetonero en el autobús. Sin embargo, ese mismo gordo con señales evidentes de haber perdido una pelea, impone respeto, e incluso miedo, ahora en el metro. Y eso, en el fondo, te gusta. Estas disfrutando viendo como las señoras te miran y se horrorizan. Te parece divertido ver como se aferran al bolso cuando pasas a su lado. Te sientes protegido por tu actual aspecto decrépito, y lo estas disfrutando. En caso contrario no habrías insultado a ese tipo. Es uno de esos días en los que te sientes tan mal contigo mismo que has tenido que liarla, y no te sirve de excusa pensar que empezó él. Porque sabes bien sabido que lo podrías haber evitado, que en el momento que te tocaba hablar dijiste lo que pensaste que mas le podía joder. Pero el hecho de que te otorguen una paliza te crea cierta sensación de alivio. Crees que es el castigo que mereces por llevar el tipo de vida que llevas. Por eso no desaprovechas nunca la oportunidad de provocar una pelea, aunque casi siempre pierdas. Porque eso te libera. Tu dolor real provocado por los golpes aminora la intensidad de tu dolor psicológico. Sigues teniendo los mismos problemas, y cuando se te haya pasado el subidón de adrenalina volverán a estar frente a ti. Mientras tanto disfrutas. Aprovechas el poco tiempo que te queda de disfrutar de ello, y del respeto que te tienen ahora mismo los pasajeros del metro.
Al llegar a casa no hay nadie. Estoy tan cansado que me tumbo directamente en la cama y, sin comer, ni desvestirme, me duermo al instante.
Me despierto sobresaltado por los gritos que está soltando el imbécil de mi padre mientras aporrea mi puerta:
- ¡Tú, eres un gordo inútil! ¡ Siempre emborrachándote! ¿¡ Es qué no piensas hacer nada de provecho con tu vida?
Joder, me sé de memoria todo lo que va a decir. Y la verdad es que no quiero escucharlo. Me viene a la mente mi obra de arte de heces y bilis. Recuerdo que no estiré de la cadena, y ver eso le habrá hecho rabiar un poco.
- ¡ A ver cuando te buscas un trabajo serio y te largas de esta casa de una puta vez!
Continúa su monserga, mientras continúa aporreando mi puerta, asegurándose de que me da por culo durante un buen rato. Intenta abrir, pero siempre echo el pestillo al entrar a mi habitación. Un instinto adquirido con los años.
- ¡Y deja de dormir, que no son horas!
Me envuelvo la cabeza con la almohada para escucharle un poco menos. Ya se cansará de gritar. Me quedo pensando en las palabras "trabajo" y "horas", Es lunes por la tarde y ya me debe haber llegado el material de la revista que tengo que maquetar y entregar cada jueves. Me cuesta trabajo, pero me levanto y enciendo el ordenador para empezar a currar. Tengo hambre, pero no quiero salir y toparme con mi padre. Por suerte encuentro un paquete de galletas de chocolate y, aunque está abierto y empiezan a estar un poco rancias, mas rancia es su cara recién levantado. Me las como mientras empiezo a trabajar en la maquetación de esos artículos del tarot tan interesantes como una película porno sin sexo.
Se hace de noche. Los padres duermen, los niños duermen, pero los hijos descarriados como yo, cansado de maquetar, se preparan para una larga noche llena de emociones. Mi madre siempre piensa en mi cuando hace la cena, aunque no cene con ellos por no aguantar al otro idiota. Así que, tras escuchar que el silencio absoluto reina en casa, ceso mi actividad y salgo a la cocina a comerme el potaje que me ha guardado mi madre. Lo acompaño con una cerveza bien fría, como debe hacerse una buena cena. Me ducho y salgo de casa. Soy consciente de que por la mañana tengo clase, y soy consciente también, de que no llegaré puntual. Podría no salir, irme a dormir, y hacer lo que se supone que se debe hacer, pero estaría desaprovechando mi juventud.
La noche es fresca y las calles están llenas de vida. No importa que sea un lunes por la noche, el casco antiguo de la ciudad condal esta rebosante de vida las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Recorro las estrechas calles del Raval. Cuando encuentro un tugurio sucio, descuidado y con decoración de mal gusto, allí me meto en busca de la jarra mas barata. Entre tugurio y tugurio los pakistaníes me abastecen de cerveza barata para hacer mas agradable las caminatas. Gracias al alcohol me convierto en una persona casi sociable y hablo con todo el mundo. Los vendedores de cerveza, a quienes tanto debe nuestra sociedad borracha, necesitada de evasión, se hacen amigos míos. Me cuentan su vida, sus historias con mujeres, la dificultad de su situación, lo mal que va todo... en fin, lo típico.
- ¿Ahora vendéis más no? - Pregunto entrometido - Con la crisis, y vuestros precios seguro que todo el mundo prefiere compraros a vosotros que al bar. - Bueno, al menos yo lo prefiero, ya que venden la cerveza a un euro, a cualquier hora, en cualquier esquina.
- ¿Crisis? ¿Qué crisis? - Me responde con un pronunciado acento paquistaní, o nepalí, o... bueno, acento moro.
- Ya sabes, el paro, el crack del sector inmobiliario, la crisis que afecta a la bolsa en todo el mundo.
- Ven a mi país, allí si que verás crisis. - Ante mi silencio tras estas palabras, el joven aprovecha para pronunciar las palabras que más veces pronuncia a lo largo del día - ¿"Servesa" fría amigo?
Le compro una cerveza, y de repente, todos mis problemas me parecen más insignificantes. Aunque no por ello pierdo las ganas de beber.
Y sigues bebiendo y bebiendo, hasta que el alcohol distorsiona por completo tu percepción, hasta el punto en el que te crees una persona interesante. Te crees que molas. Hablas con la gente, y hasta crees que te escuchan. Que les interesa lo que les tienes que contar, cuando realmente solo ven al típico borracho pesado. ¿A quién te crees que le interesa, a estas horas de la madrugada, la necesidad de una actividad política diferente, o la falta de democracia en el país? La gente está pasándoselo bien, y tus discursos solo les aburren, más que nada, porque en tu estado, es imposible tomarte en serio. Eres aquel al que al que sonríen durante unos momentos para evitarse problemas, porque no confían en la agresividad de un borracho, pero al que dan esquinazo tan pronto como se les presenta la oportunidad. Aprovechan cualquier excusa para perderte de vista. Por eso acabas hablando siempre con los vendedores de cerveza ambulantes. Te da la impresión de que te escuchan, pero en el fondo, sabes que no es así. Para ellos eres un euro con patas. Y si mientras hacen como que te escuchan te acabas la lata que sostienes en la mano, saben bien sabido que les pedirás otra, pues tienen mas calle que tu. Por eso y solo por eso te toleran. Pero nada, tu sigue bebiendo hasta callar tu conciencia.
Voy borracho, muy borracho. Los bares han cerrado, y a mí solo me queda la posibilidad de seguir bebiendo cervezas callejeras. Arrastro mi alma por las calles del
Raval hasta llegar a la calle de las putas. No se ni como me lo hago, la verdad es que ni me lo planteo, pero a menudo acabo la noche allí. De entre todas las mujeres veo a una que me parece muy especial. Entre la suciedad, la basura esparcida. los contenedores rebosantes todavía sin recoger, los vómitos y orines de borrachuzos, y los yonquis comatosos, veo a una preciosidad de Europa oriental. No se si será el alcohol, pero me parece la chica mas bella y maravillosa que he visto en mi vida. Su mirada rasgada me esta pidiendo a gritos que me acerque a ella. Sufro una infinita atracción hacia esa mujer que no puedo negar. Conforme me voy acercando, un suave aroma a fresas va ganando terreno al terrible hedor de bilis y orines. Su dedo índice hace un sinuoso gesto que me indica que vaya. Un gesto al que todo mi cuerpo y espíritu responden, yendo. Es una reacción automática, preprogramada, innegable, y, sobretodo, inevitable. Cada átomo de mi cuerpo, cada neurona de mi cerebro, cada gota de mi sangre quieren satisfacer a ese sensual dedo que me pide que vaya. Quieren oler de cerca ese aroma encantador, y acariciar esa larga y sedosa melena negra. Su rostro, ausente de maquillaje, me hace pensar por un momento que no es una prostituta, sino una borracha de la noche como yo, que ha acabado aquí por casualidad y quiere conocerme. Desde luego no por mi ausente atractivo físico, pero tal vez, solo tal vez, le haya parecido interesante.
Pobre iluso que has crecido encerrado en tus fantasías propias de series animadas japonesas. Mientras el resto de los chavales de tu edad descubrían como funciona el complejo mecanismo que forman las relaciones sociales y amorosas, tu malgastabas tu tiempo viendo ficciones en las que un chico y una chica se enamoraban a primera vista en un tren. Aquellas series en las que el protagonista era el típico pringao de clase y se enamoraba de la tía buena de turno que, finalmente, tras muchas penurias, le correspondía. Iluso de ti, todavía piensas que eso puede suceder. Ya que en tu adolescencia tu relación con el sexo femenino brilló por su ausencia. Te vas acercando a esa belleza, pensando en que decirle, haciendo un terrible esfuerzo para que los engranajes que forman tu compleja maquinara social funcionen por una vez. Y cuando por fin estás junto a ella, rompe el hielo.
- ¿Quieres pasar un buen rato? Completo cien.
Mi gozo en un poco. Por un momento pensé que esta vez sería diferente. Que me acostaría con una chica porque nos correspondiéramos, y no porque le pago. Pero mi siguiente polvo será, de nuevo, con una prostituta. Y no de las mas baratas. Pero, a pesar del precio, no me niego. Es una prostituta, pero también es una de las mujeres mas bonitas que he visto en mi vida.
- Vale, pero me tendrás que acompañar hasta un banco, que no llevo suficiente encima. - Respondo.
Accede, y nos dirigimos hacia el cajero mas cercano. La miro y su belleza me impone. No se me ocurre que podría decirle. Ni entiendo porque tengo esta necesidad de decirle algo. Siento que tengo a mi lado a una de las personas mas maravillosas de este planeta. A pesar de lo que es, transmite una energía pura, una luz. Se huele la bondad que desprende por cada uno de sus poros. Y su mirada... su simple mirada, aquellas dos perlas de color negro azabache que se postran en mi, hacen que me sienta alguien insignificante en este mundo. Mas de lo que me siento normalmente. Una expresión de inocencia y humildad es transmitida por su sonrisa, que entre sus gruesos labios deja ver una preciosa y perfecta dentadura, sin imperfecciones, cual colmillo de marfil.
- ¿Cómo te llamas? - Rompe ella el hielo, supongo que se habrá dado cuenta del estado que provoca en mi ser.
- Héctor, aunque muchos me llaman por mi apellido, Espada.
- Encantada de conocerte - Me dice con una encantadora sonrisa.
Una sonrisa que, a pesar de mi estado, consigue que se me ponga dura. Nunca me había imaginado que me ocurriría algo así, y menos en estas condiciones. Al principio me siento un poco avergonzado por ello, pero rápidamente pienso en lo que voy a disfrutar con ella. Me pongo muy contento, mi erección aumenta. Llegando al cajero, ya un poco mas tranquilo, le pregunto su nombre.
- Estrella - Me dice
- Pero ese es tu nombre... - Dudo unos segundos - ...artístico, yo quiero saber tu nombre de verdad. - Digo mientras saco ciento cincuenta Euros. Cien para ella, y cincuenta para pagar alguna pensión de mala muerte.
- ¿Cómo sabes que no es mi nombre de verdad? - Dice entre risas. Nunca había visto a una prostituta tan alegre. Parece alguien que me acompaña por placer, y no por interés.
- Vamos, ¿Qué nombre es estrella? Solo los hippies usan nombres así. - Le digo, también riéndome.
- Y me lo dice el señor Espada - Responde a la vez que me da un amable golpecito en el hombro con la palma de su mano.
- Pero es mi apellido, te he dicho mi nombre y apellido, dime al menos tu nombre a cambio ¿no?
- ¿Por qué quieres saberlo? - Me replica sin cambiar su expresión alegre.
- Por saber con quién voy a pasar la noche, claro. No me gusta pasar la noche con desconocidas. - Ironizo.
- Pues conmigo - Responde.
No insisto mas. Supongo que es algún tipo de protección. Con la de peligros a los que deben estar expuestas estas chicas. Entre policía, clientes obsesionados y demás degenerados que callejean en la nocturnidad barcelonesa. Además me da la impresión de que un tío nos esta vigilando todo el trayecto. Aunque tal vez solo sea paranoia mía. Tal vez simplemente no quiera crear ningún lazo entre sus clientes y su persona real. Sean cuales sean, tiene motivos para no decirme su nombre, y no quiero insistir.
Cuando entramos a la pensión me doy cuenta de que efectivamente aquél tío rubio y alto, con cara de poder partirme la cara, nos ha estado siguiendo. En cuanto me dispongo a entrar y giro la cabeza hacia él, se apoya contra la pared, enciende un cigarrillo y mira al cielo. Calculo que debe ser el chulo de Estrella, y de ser así, es muy malo disimulando. En la pensión me recibe la señora Pepita con sus rulos y su bata puestos. Llego un poco tarde, debía estar durmiendo, pero, ya que vive en la planta baja de su pensión, es la recepcionista veinticuatro horas al día. Si alguien llama no le queda mas remedio que levantarse. Me mira mal, vengo a menudo con chicas aquí. Se que a ella no le gustan los hombres con mi estilo de vida. Pero los puteros suponen un ochenta por ciento aproximado de sus ingresos, así que, se limita a coger mis cincuenta euros y darme una llave. Apenas me dice nada. Sabe de sobra a lo que vengo, para cuantas noches y todo lo demás que se suele preguntar en estos casos.
La humedad de las paredes empieza a crear moho y los escalones desgastados están llenos de socavones causados por el uso a lo largo de años. Es un edificio de los años cuarenta del siglo veinte. Seguramente en aquella época se hizo su última remodelación. La limpieza roza lo aceptable, pero por cincuenta euros en cama doble es lo mejor que puedo encontrar. Abro la puerta de la habitación, entramos y Estrella cierra la puerta a mis espaldas. Por fin llega el momento. La abrazo con todas mis fuerzas y me dispongo a darle un beso. Soy el primer sorprendido de tales muestras de cariño y amor hacia una mujer de profesión. Me detiene. Me dice que antes de empezar quiere que nos higienicemos. Me parece correcto, aunque me joda posponer el acto sexual con tal mujer. Estoy impaciente, mi corazón late a mil por hora. Me siento como debe sentirse un adolescente en su primera vez, cuando ésta es sin pagar, aun cuando sé que no será el caso. Es como me siento. Emocionado y nervioso. Y borracho también. Muy borracho. Todo me da vueltas sin parar y a una intensidad terrible. Dejo a Estrella sentada en la cama mientras salgo de la habitación. En las pensiones como estas hay un servicio en el pasillo por cada cuatro o cinco habitaciones. Cuando llego al final del pasillo, donde se halla, resulta que está ocupado. Espero mientras escucho sospechosos y constantes sonidos jugosos. Poco después sale del baño un hombre cuarentón, con barriga y poco pelo. Me saluda con la mano. Entro. El baño consta de un váter salpicado de pis y a saber que otras sustancias de otros puteros. Una ducha de plato oxidada y un lavabo con el espejo roto. Con la emoción y la erección casi ni me estaba dando cuenta de que me estaba meando. Cosa lógica teniendo en cuenta lo bebido. Así que colaboro a las salpicaduras de orín que rodean el váter. No es que lo haga a propósito, es que cuando el inodoro se mueve de un lado a otro es muy difícil echar el cien por cien del líquido en su interior. Y en ese retrete en concreto, sentarse para hacer mas fácil la operación, no es una opción. Demasiado asqueroso. Mientras me ducho recuerdo que llevo varios días sin eyacular, y sería una pena acabar demasiado pronto con una chica como Estrella. Así que procedo al acto de producirme gozo sexual solitariamente. Al acabar vuelvo a la habitación, y es ella la que va a ducharse. La espero tumbado y me la imagino en esos servicios pestilentes. Pienso que se merece algo mejor. Trato de ser bueno con las mujeres con las que me acuesto, pero creo que una chica como estrella merece algo mejor de lo que yo le puedo ofrecer. Me imagino algo digno, como el jacuzzi en el que Julia Roberts se da un baño en un hotel de lujo. Todo subvencionado por un empresario multimillonario caracterizado por Richard Gere. Pero ni soy multimillonario, ni esto es una ficción de Hollywood. El plato ducha oxidado es lo que hay. El dolor de cabeza me aprieta, la borrachera empieza a convertirse en resaca, mis energías están bajo mínimos. Tal vez pajearme no fue una buena idea, pues ya se sabe que incita a un profundo sueño. Me pesan los párpados. Me cuesta mantenerme despierto. Parpadeo lentamente, muy lentamente... cada vez más lentamente...
Estas acabado. Acabado del todo. Eres un ser de lo mas decadente. Bebes hasta que el movimiento de caminar se convierte en un cómico tambaleo direccional. Pagas a una prostituta porque no conoces otra manera de conseguir sexo, o tal vez, incluso afecto. Y piensas que con esto te vas a sentir mejor, mas lleno. Y cuán falto de cariño estás para pensar tal cosa. Y tras exponer la decadencia y el patetismo de un hombre a su máximo exponente, te quedas dormido antes de que la chica haga aquello por lo que le has pagado. En lugar de ello, cuando se instala en la mitad de su cama, intentando no tocarte, o tocarte lo menos posible, la abrazas como abrazabas a tus peluches cuando eras un bebé. Cosa que tu conciencia solo conoce a medias, o, incluso, intuye ligeramente. Siempre habías pensado que el sexo opuesto solo te podía aportar placer sexual. Pobre ignorante. Ahora te ves, simplemente, abrazando a una mujer que te transmite algo especial. Y eso te gusta. Cierto es que no consumas el acto sexual con ella porque estas demasiado acabado, y cierto es que te gustaría. Pero aquí estás, compartiendo un simple abrazo. Y en tus segundos de conciencia te preguntas qué pensará ella. Te preguntas si, al menos, se sentirá a gusto. Si le gustará tu abrazo o, por el contrario, no está rechazándolo porque le tienes que pagar cien pavos, y así al menos no tiene que aguantarte jadeando mientras la penetras. Le has pagado para que te de placer, y, sin embargo, te preocupa más su bienestar que el tuyo propio. ¿Te sientes un escalón más arriba en la escala moral?
Me despierta un pitido estridente que castiga mi cabeza dolorida. Amanece una nueva resaca. El pitido es de un teléfono móvil, y no es el mío. Estrella, que sigue entre mis brazos, se mueve para ir a cogerlo, pero yo la aprieto contra mi, cuidadosa pero fuertemente, en un intento de que se convierta en parte de mi ser y tenerla siempre conmigo.
- Déjalo, quédate conmigo un poco más. - Le pido.
- No puedo - Me dice tras un suspiro acompañado de una sonrisa.
- Vamos, Estrella, me gusta mucho estar contigo.
- Me están llamando - Me dice mientras se tambalea para librarse de mi abrazo del oso. - Vamos, déjame cogerlo.
Finalmente le doy un beso en la mejilla, y la suelto. Coge el teléfono y tiene una conversación fugaz en un idioma que no conozco, pero suena a europeo lejano. Ruso tal vez, o búlgaro, o rumano. No sé. Lo que sé es que tras esa conversación, la chica, sufre un cambio radical. Deja de ser la amable y sonriente Estrella para convertirse en una Súper Nova. Su expresión es ahora ruda y seca. De su amable sonrisa no queda ni un ápice. Me mira fijamente con cara agria, extiende su mano hacia mí y dice:
- Son cien Euros.
- ¿Cómo? - Me cuesta asimilar las palabras debido al martillo que golpea incesante mi cabeza.
- Que son cien Euros. Es lo que acordamos. ¿Recuerdas? - Choca verla tan seria y seca repentinamente.
- Pero, si no hemos hecho nada - Replico.
- Me has tenido ocupada durante cinco horas de la noche, estoy siendo generosa, normalmente cien Euros los cobro por un par de horas. Así que ya me estás pagando.
Accedo sin decir ni una palabra más, pero supongo que mi mirada al darle el dinero dice mucho de como me siento. No es enfadado, no me importan demasiado los cien Euros en este momento. Lo que siento es tristeza, decepción. Pensaba que esto estaba siendo especial, pero esa manera de pedirme el dinero me duele en lo profundo del pecho. Y supongo que ella lo nota, porque cuando coge el dinero me mira fijamente a los ojos y me dice:
- Yo también tengo que responder ante alguien, ¿Sabes?
Acto seguido desaparece tras la puerta de la habitación y, a pesar de ser un solitario, nunca me había sentido tan solo.
Bien. La vida sigue. Ya es miércoles y son casi las nueve de la mañana. Le doy los buenos días a la resaca, mi única y fiel compañera, y me largo. Tengo trabajo que hacer. Mañana ya es jueves, y todavía me queda mucho trabajo que hacer para la entrega de esta semana. Por ese motivo hoy es otro día en el que no voy a aparecer por el instituto, aunque esto ya sea una costumbre.



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sábado, 3 de julio de 2010

NUEVA WEB IDEARIA


Una nueva web abierta, en la que todos podéis participar. Un lugar más donde poner nuestra voz.
http://www.luzame.com/ A ver quien se anima.


domingo, 27 de junio de 2010

SIN SOLUCIÓN

SIN SOLUCIÓN
Andando el camino oscuro,
de vivir la vida sin un duro.
Dinero es la frontera,
su ausencia una condena.
Y el amor no me sonríe,
sino que de mi se ríe.
Problemas con solución difícil,
refugio en vaso de tubo,
líquido invadido por hormigas,
ingerido de todos modos,
se que no solucionará mis problemas,
pero al menos no estoy sobrio.

domingo, 23 de mayo de 2010

Ensayo: GRITA


GRITA

Grita. Tienes motivos para hacerlo. Son las ocho de la mañana de un día cualquiera, de un mes cualquiera, y sabes, con absoluta certeza, que tienes que salir a ganarte el pan. Grita. Las cifras que indican tu poder adquisitivo son rojas. Gritas. Ya no recuerdas cuando fue la última vez que comiste por gusto y no por precio. Te han cortado la luz, el teléfono, y sabes que pronto te echarán a la calle. Pero en el periódico gratuito de hoy la portada viene ocupada por una cifra muy larga de Euros que ha cobrado alguien por hacer algo que le gusta hacer, y todos los que hacen cosas que detestan por llegar a final de mes parecen estar conformes.
Grita porque tu felicidad depende de algo que no te hace feliz. Grita porque te la quita, esté o no esté. Porque no te da la felicidad, pero te da cierta libertad. Pues sí, hoy en día tiene un precio, sino puedes pagarlo es posible que acabes exiliado de esta sociedad, o incluso, entre rejas. Pues duro es el castigo del que no sacrifica su libertad para poder pagársela.
Por eso grita, grita como si quisieras expulsar esa preocupación que te oprime el pecho. Sal y grita con todas tus fuerzas. Y en tu desespero sales y gritas. Tienes la esperanza de que sirva de algo. Porque sabes que mucha gente se encuentra en tu misma situación. Que hay crisis, y cada día son mas los parados y los sin techo. Piensas que una voluntad férrea es contagiosa, sobretodo si es una buena voluntad. Lo piensas porque lo has visto en Braveheart, lo has visto en Saint Seya, lo has leído en Fight Club... Así, mientras tus gritos resuenan en las paredes de los edificios de dieciséis plantas, donde sesenta y cuatro familias están tan desesperadas como tú, esperas ver como se asomarán gritos por las ventanas y balcones. Esperas ver que tu grito sea coralizado por otros tantos que piensan como tú. Formando un único grito de una potencia suprema que romperá todo tipo de muros y fronteras. Un grito que nadie será capaz de ignorar. Y la unidad hará la fuerza y, juntos, provocaréis un cambio que nos lleve a un mundo mejor.
Pero en lugar de eso, te devuelve a la realidad un golpe por la espalda que te tira al suelo. Algún vecino del bloque de edificios te ha tomado por loco y ha llamado a la policía que te esta “neutralizando”. Como si neutralizar implicara únicamente la detención física. Te llevan a un centro mental donde, gente con un poder inexplicablemente legitimado, te examinará y decidirá que harán con tu libertad.



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sábado, 22 de mayo de 2010

Las bicicletas son para el invierno

Una agradable brisa primaveral cruza las calles de la bonita ciudad mediterránea. La lubricación natural de los canalillos al descubierto alegran las vistas con su presencia, tras tantos largos meses ocultos. Se respira paz, tranquilidad y polen. Maldito polen. Son las tres de la tarde y tengo que hacer unos recados. Como hace mucho que no cojo la bici decido que me ira bien retomarla. Hacer un poco de ejercicio, ahorrar dinero, y, sobre todo, ahorrar tiempo. Es primavera, y en principio, debería ser un paseo agradable mientras cumplo con los recados. Pero tres factores impiden que así sea.
El primero es la falta de constancia. Hace seis meses que no cojo la bici, y eso se nota. El segundo factor es el calor. El sol aprieta, me empuja contra el asfalto y, a pesar de la brisa primaveral. El tercero es el polen, maldito polen que penetra en mis entrañas sin que lo perciba, pero me corroe el interior del sistema respiratorio. Con todo junto, las subidas son más empinadas y largas de lo que solían ser. Y lo que en invierno podría ser un agradable paseo, se esta convirtiendo en un sofocante ejercicio. Mi cara esta roja y mi corazón bombea a mil por pulsaciones por segundo. O esa es la impresión que me da a mí.
Como ya he dicho, hace seis largos meses que no cojo la bici, y claro, cuando me monto me doy cuenta de que las ruedas están mas deshinchadas que el pene de un adicto a la masturbación después de ver una película porno entera. Por tanto, no me queda otra que ir a la gasolinera y darle aire. Las hincho mucho. Cuando las ruedas de la bici están muy hinchadas da la impresión de que vas más rápido y cuesta menos esfuerzo darle al pedal. Además es divertido saltar y notar el rebote. Así que ignoro el consejo, o más bien la orden, que me daba mi padre cuando era niño “no las hinches tanto que te van a reventar y te vas a meter un hostia”. Y las hincho hasta que alcanzan una dureza similar a la de una piedra.
El camino empieza agradable. La brisa, los canalillos, las ciclistas en mayas que me adelantan. Todo resulta perfecto hasta la primera subida larga y de dura pendiente. Me pongo en pie para pedalear con más fuerza, empiezo a sudar. Los goterones me bajan desde la frente hasta la barbilla, y la piel que recubre mi tríceps es ahora la superficie de un valle que transporta ríos de sudor hasta el codo. Pienso en la impresión que se van a llevar en las agencias de publicidad cuando un tipo sudoroso, con greñas y perilla de heviata, pantalones de rapero destrozados y un metro con noventa y cinco centímetros de altura llame a su puerta, les entregue el paquete y se marche. Me pregunto si no pensarán que puede ser un paquete de Ántrax.
Tras la entrega del primer paquete, atravieso un agradable paseo lleno de árboles a ambos lados. Agradable para quien no sufre de alergia. Cuando llevo unos cien metros en él entra en juego el tercer factor estropea odiseas. Noto como el polen me inunda las entrañas. Me entran ataques de tos, la garganta me raspa, se me acumula flema hasta el punto de no poder evitar soltar el esputo en el primer seto que encuentro. Y los ojos, llorosos todo el camino como si me acabara de abandonar el amor de mi vida. Y es entonces cuando pienso “¡Qué guay! ¡Ya es primavera!”.
A pesar de los mocos consigo esquivar el ataque del polen, más bien resistirlo, y he cruzado el paseo. Ahora voy poco a poco por la acera por donde la sombra me protege ligeramente del calor. Estoy cruzando por debajo de una estructura de andamios de obras de rehabilitación de fachadas, cuando de repente noto una bocanada de fuerte aire caliente que me golpea en la cara acompañada de un estruendo ensordecedor. La siguiente imagen que tengo soy yo en el suelo, la rueda de la bici desencajada, los radios deshilachados y la rueda reventada por la presión del aire. Una barra del andamio está a escasos centímetros de mi cabeza, otra al lado de mis costillas, otra entre mis piernas a punto de tocar aquel instrumento más sensible de los hombres. Pero milagrosamente ninguna me ha tocado. Estoy completamente ileso, aunque parece ser que no lo parece, pues un señor me pregunta preocupado “¿Estás bien chico?” y yo es en ese momento, y no antes, que me doy cuenta de lo que ha pasado. Había un canto de baldosa en la acera, porque otra estaba totalmente hundida, y mi rueda sobreaireada ha reventado por la presión en cuanto lo he pisado. Ha dejado de rodar repentinamente, y mis noventa y cinco quilos se han ido repentinamente y de golpe al suelo. Ha sido de esas caídas en las que te sueles romper algo, al menos hacerte un esguince en la muñeca, o partirte la nariz. Pero yo, tras comprobar que mi dolor de rodilla solo es un pequeño rasguño, me levanto y contesto al señor. “Estoy bien, gracias”. Veo a una señora que se acerca alterada, “¿Qué ha pasado?” me pregunta. Y le digo que nada, que ha reventado la rueda y que estoy bien, que no se preocupe y que siga con su vida, le doy las gracias. Ella me contesta “Pues menos mal que te a pasado aquí, llega a pasarte por allí...” señalando la calzada por donde circulan los coches. Pensad de ella lo que queráis, yo aún no se que pensar.
Asimilo lo que me ha pasado muy alegre, satisfecho. Es casi un milagro que haya tenido esta caída entre una docena de barras de hierro y no me haya hecho nada. La única putada es que la bici no puede continuar, y aún tengo que entregar tres DVD’s. Además me he quedado un poco sucio, aunque eso todavía no me importa.
Me dispongo a buscar una tienda de reparación de bicicletas, entro en una tienda de motos. Como si tuviera algo que ver, y le pregunto al tipo que hay ahí si es posible que me arregle la bici, obviamente no, entonces le pregunto si sabe dónde puedo arreglarla. Parece saberlo a la perfección, pero solo lo parece. Me indica dos direcciones a los que ir, pero ambas están muy lejos, así que encadeno la bici y me dispongo a acabar con los recados a pata. De la bici me preocuparé después.
Caminar a este ritmo resulta ser un esfuerzo físico superior al de ir en bici, bajo el sol primaveral cada vez siento las axilas mas húmedas, y no tengo posibilidad de solucionarlo. Mi sentido de la orientación que normalmente es vago, se ha vuelto nulo. La caída ha liberado en mi mente algún tipo de sustancia que me hace sentir en un estado similar a la embriaguez. Tal vez haya sido un subidón de adrenalina. Tal vez no. El caso es que no encuentro la maldita calle y me siento desorientado en un barrio en el que he estado mil veces. Pregunto a la gente de la zona, pero parece que se les haya contagiado mi estado embriagado. Es como si la calle no existiera. Finalmente la encuentro, gracias principalmente, a mi propia lógica. Si tengo que encontrar una calle llamada iglesia, supongo que estará cerca de la iglesia. Y de repente todo junto me parece muy ridículo y obvio. Me he ganado un gallifante. Subo por el ascensor y mientras me pongo la sudadera que llevo atada a la cintura para disimular el sudor de las axilas, me doy cuenta de lo sucio que voy. Los pantalones manchados, las manos mugrientas, las chaqueta llena de roña. Pero claro, ¿Qué podría esperar tras haberme revolcado por el suelo de la acera? Por bonita que la ciudad sea, el suelo está mugriento. La mugre es una constante que aprendemos a esquivar, pero que siempre esta ahí. Acecha en cada esquina deseando enguarrarte de su esencia. Me abre la puerta una chica simpática, tal vez la secretaria de la agencia, o tal vez una creativa de una agencia pequeña. No lo se. Ni me voy a quedar a averiguarlo. Me limito a decirle que llevo un paquete para ellos y me doy la vuelta mientras me da las gracias, para que no le de tiempo, ni si quiera, a sospechar de mi lamentable presencia.
Las otras dos entregas transcurren de una manera más o menos similar. Y a pesar de todos los contratiempos cumplo con las entregas dentro del plazo previsto.
Ahora voy a preocuparme por mi bici. La primera dificultad que tengo que superar es encontrarla. Hubiera sido bastante más fácil si hubiera apuntado la calle en la que la he dejado, pero no lo he hecho. Solo se con certeza la zona. Pero, con la malditamente regular cuadrícula que forman las cales del ensanche de la ciudad, necesito rodear unas cuantas manzanas antes de encontrarla. Pues todo me parece igual, y me da la impresión que la he dejado en cualquiera de las calles que piso. Pero la encuentro justo cuando estoy empezando a emparanoiarme acerca de la posibilidad de que me la hayan robado. Recuerdo una vez en la que, para recuperarla, tuve que perseguir a un moro que se la llevaba al hombro. Y eso alimenta mi paranoia. Pero esta vez la bici sigue ahí. Quien se va a molestar en robar una bici decathlon, la mas barata de ellas, y con la rueda totalmente destrozada. La pieza que normalmente ajusta la cámara esta reventada y los hierros se separan dirigidos a todos lados. Nunca sospeché que el aire pudiera ser tan poderoso.
Mantengo la rueda que no rueda elevada. Empujo a la de atrás dirigiéndola. Los peatones temen acercarse demasiado a mí, temen la posibilidad de que les eche la bicicleta encima, o eso me parece que comunican sus miradas. Tras una larga y dura caminata llego a la calle donde el tipo de la tienda de motos me había dicho que había un taller de bicicletas. No veo nada, como era de esperar vista mi suerte. Al final decido entrar en cualquier tienda y preguntar. Si hay una tienda de bicis cerca, alguien que trabaje en la misma calle, que se la recorre a diario, debería saber donde se encuentra. Y mis suposiciones son acertadas. Una señora, que esta sentada detrás de una mesa de oficina, no recuerdo de que, me dice con toda seguridad: “la tienda que buscas estaba en esta esquina, pero quebró hace unos meses”.
Salgo, respiro profundamente para mantener la calma, y me cuesta. Por un momento mi mayor deseo es patear la bicicleta y las caras de todos los que están a mí alrededor hasta quedar exhausto. Pero en lugar de eso respiro hondo. Hace que el cerebro funcione mejor.
Llamo por teléfono a mi compañero de piso, tengo suerte, esta en casa. Le digo que mire en google dónde está la tienda de bicis mas cercana a mí y me indica una dirección que me pone de mal humor, más. No por su lejanía, sino porque está un poco más allá de donde vengo. Y yo, odio deshacer lo que hago. Odio el esfuerzo en vano. Y odio las pérdidas de tiempo. Y lo he hecho todo a la vez. Me dirijo hacia allí, temeroso de que esté cerrada, o ya no exista. Dada la suerte que llevo sería lo más normal. Pero cuando llego y veo la tienda de bicis doy gracias a mi compañero de piso, a mi móvil, a Internet, y a la tecnología que han estado allí cuando los he necesitado.
Dentro me atiende un hippie molón, aunque simpático. Es una tienda de bicis para gafapastosos modernillos del borne. Y me imagino que me sablearán. Pero es un momento en el que pagaría cualquier cosa por una rueda. Y no se burlen, no en vano es el invento más importante de la historia. Me dice amablemente “Un momento, voy a buscar tu rueda”. Repentinamente me siento más ligero. Voy quitando la rueda de mi bici, la separo de la cubierta que me ha dicho que es lo único que se puede aprovechar. El hippie vuelve con las manos vacías. “Se me han acabado las ruedas”. Esto es el colmo. Pero me ofrece una solución que evita que mi esperanza se desvanezca completamente. A dos calles hay una tienda de bicis. Y es una tienda normal. No una tienda de bicis que se decora de manera molona para atrapar a clientela subnormal que quiere ir de moderna por la vida por llevar una bici estilo retro, cuanto más cara mejor, aunque no esté equipada. Aunque no me lo explica con esas palabras por supuesto, y, aunque pueda parecer lo contrario, agradezco mucho la amabilidad del hippie molón.
Salgo con la bici en una mano, la rueda destrozada en otra, y la cubierta colgada cual collar, aumentando el porcentaje de mugre que hay en mi ropa. Suelto la rueda en el primer contenedor y llego a la siguiente tienda con mi bici colgada del hombro, y mi bonito collar de caucho. Eso si que es una tienda de bicis normal, me atiende un Manolo con mono de mecánico y una gorra amarilla con un logo publicitario de whisky. Le digo si me puede vender una rueda, accede. Me dispongo a colocarla en la bici, pero me doy cuenta de que el mecanismo es diferente a la que tenía antes. No se quita con la mano, sino que necesitas dos llaves inglesas, o alicates, o cualquier cosa que pueda sujetar los pequeños pernos y permitirme hacer fuerza sobre ellos. Cualquier cosa que por supuesto no llevo encima. Me giro, veo un cartel que pone “mano de obra: 50 Euros/hora” y le pido prestadas las herramientas. Me tiro un buen rato, no es que sea muy mañoso, pero cambio la rueda. Y es en ese momento en el que caigo que la rueda de una bici no se puede hinchar a pulmón. Miro al dependiente. Le he estado ocupando gran parte del vestíbulo de la tienda para cambiar la rueda, le he pedido prestadas herramientas para ahorrarme la mano de obra, y ni he hecho el gesto de pagar todavía por la rueda que me ha entregado. Pero vuelvo a mirar el cartel que pone “50 Euros hora” y le pido si me deja entrar a su taller a hinchar la bici para no irme arrastrándola hasta la próxima gasolinera. Supongo que le he dado pena, porque le dice al mecánico del interior que me la hinche. ¡Perfecto, ya tengo bici! Le pago veinticinco Euros y salgo de la tienda ansioso por poder volver a pedalear y desplazarme a una velocidad decente. A pesar del cansancio causado por todo el ajetreo, me siento feliz, y como una pluma. Ahora si que me he quitado un gran peso de encima. Me queda casi una hora de pedal para llegar a casa, pero al menos ya pedaleo. Pero, por supuesto, no todo va a ir bien antes de llegar a casa. Es primavera, y los ataques de tos y estornudos causados por el polen solo cesan cuando cae una lluvia torrencial digna del clima tropical. Paradójicamente, ahora que estoy empapado, ya no estornudo ni toso. Pero estoy empapado, como si me hubiera caído a una piscina con ropa y todo. Y estoy justo en el punto intermedio entre dos paradas de tren. Las dos están no muy cerca. Y la lluvia es tan abundante que en ese tramo consigue que me sienta mojado hasta los huesos. Pretendo ir veloz para llegar pronto a la siguiente estación, pero no es buena idea. La bici ignora los frenos, que dejan resbalar las ruedas debido al agua. La calle esta inundada y la gente camina sin mirar a su alrededor, prestando gran atención a sus pasos para no caer. Una señora. Se me tira delante, voy rápido, los frenos me ignoran, mis pies se deslizan a toda velocidad arrastrándose por la acera aguada. Curvo y paro justo a tiempo para no golpearla. La señora ni se ha enterado de que por unos pocos centímetros no ha sido arrollada por mis casi cien quilos de peso, y sigue su paso, concentrada en no caer. Sigo, casi me caigo, casi me choco, casi me atropellan, y todo ello numerosas veces. Pero cuando llego hasta la estación, la lluvia no ha cesado, pero casi. Y ya estoy tan empapado que un par de gotas mas que me caigan encima no me van a afectar para nada. Decido llegar a casa en la bici. Por supuesto, cuando llego, para de llover. Entro en casa, y cuando veo a mi compañera de piso le saludo, “¡Ya es primavera!” Y si yo creyera en Dios pensaría que me ha mandado una advertencia para que no vuelva a coger la bici, pero como creo que más en mí que en él, y como el hombre es el único animal que tropieza dos, tres y seis veces con la misma piedra, mañana volveré a coger la bici.
Mayo 2010


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