jueves, 15 de noviembre de 2012

ADICTO


Suena el despertador y ya estoy pensando en ello. Reviso los cajones de mi casa, y no me queda ni un gramo. Así que me visto y acudo a mi distribuidor habitual y le pido una dosis para tomar en el acto. Da igual si llego tarde al trabajo, no empiezo el día sin mi dosis.  Durante el trabajo lo mismo. Toda la jornada pensando en ello, aprovechando cualquier momento para escaquearme a por otra dosis. Y al terminar la dura jornada laboral, no vuelvo a casa sin pasar por mi distribuidor a por una dosis más. A veces doble.
  Cuando empecé solo tomaba de vez en cuando. Para socializar. Como todo el mundo en mi entorno tomaba, yo empecé a tomar. Pero solo era eso, quedar con alguien y tomar una o dos. Luego empecé a comprar pequeñas cantidades, a pedir dosis individuales a amigos o vecinos para preparármelas en casa, y ya llevo tiempo comprando a quilo y consumiendo en solitario. A todas horas. Todos los días. Ya lo decía mi madre “ten cuidado que eso engancha” “estás tomando demasiado a menudo”. Pero yo nunca escuché.
  Ahora veo como la sustancia tiene a todo el mundo dominado. Pronto nadie podrá vivir sin sus dosis, y el mundo se verá sumido en la oscuridad de la total ausencia del libre albedrío. El hecho de que nadie parezca ser consciente de ello, no lo hace menos real. Todos acuden a por sus dosis, como si fuera lo más normal del mundo, ignorando, por voluntad o no, aquella vocecila interior que les dice: “adicto”. Y yo también. Aunque me duela colaborar en este complot de proporciones cataclísmicas, no puedo evitarlo. Lo necesito. Acudo una vez más a mi distribuidor habitual y pido:
-          ¡Otro café!