domingo, 26 de enero de 2014

PREVIEW: Crónica de una acción desesperada //Inicio provisional//

Me despierto de nuevo en el sofá. La tele está encendida. No sé qué hora es, pero tampoco me importa demasiado, desde que desistí de buscar empleo después de casi un año intentándolo con todo mi empeño. Me levanto del sofá, tropiezo con la botella de cerveza vacía que me bebí anoche. O tal vez es de la noche anterior. Por suerte no se rompe. Voy al baño y, tras una larga e intensa micción, observo mi rostro en el espejo. Debe hacer cuatro o cinco días que no me ducho, más que no me peino, y por lo menos un mes que no me afeito. He dejado mis amistades de lado. Me dedico a dejar pasar los días como si por arte de magia todo fuera a cambiar de repente. Tal vez la revolución estalle de verdad y de un día para otro se redistribuya la riqueza del país, de manera que la falta de trabajo no sea un impedimento para una vida digna. Aunque ya hace meses que no se habla de la supuesta “spanish revolution”. Eso ya se acabó. De vez en cuando reviso mi correo. Esperando encontrar algo allí que cambie mi vida. Una oferta de trabajo en algún periódico o revista, una proposición de publicación de mi novela… pero nada. Obviamente, si no lo conseguí mientras lo intentaba con ímpetu, no va a sucederme ahora de manera milagrosa.
  Me dispongo a prepararme el desayuno. La nevera está bastante vacía. Solo hay unos pocos huevos, una cebolla y un par de cervezas. Cojo un par de huevos y los pongo a freír. Mientras caliento agua para hacerme un té. De esos de sesenta céntimos la caja de veinte bolsitas. Me gusta empezar el día hidratándome, que llegada cierta hora, solo me deshidrato. Alguien golpea la puerta. Sé quiénes son. A parte de ser los únicos que se acercan a mi casa últimamente, son los únicos que jamás utilizan el timbre para llamar. No sé si no lo han visto, o se lo impide alguna de sus creencias raras. Acerco el ojo a la mirilla y, efectivamente, ahí están los dos hombres de edad avanzada que ya han intentado venir varias veces. Van bastante elegantemente vestidos, y sujetan entre sus brazos varios libros y panfletos religiosos. Veo como uno de ellos, el que parece ser más viejo de los dos, levanta el brazo para volver a golpear la puerta, pero abro antes de que pueda hacerlo.
-        ¿Tiene unos minutos para hablar de Dios? Me preguntan al unísono, a coro, como si lo hubieran ensayado.
-        Claro, adelante. – Es la primera vez que hablo con ellos, normalmente, como todo el mundo, fingía no estar en casa hasta que se cansaban de aporrear la puerta.
-        Nos complace encontrarte en casa, – me dice el más viejo – a menudo habíamos pasado por aquí y nunca nadie había respondido a nuestra llamada.
-        Antes trabajaba… - aunque ya hace tiempo que llevo controlando sus movimientos alrededor de mi puerta. Una o dos veces por semana vienen, golpean la robusta madera de mi puerta. Tres golpes cada dos minutos, y a los diez minutos sin respuesta, se van – justo iba a desayunar, siéntense. ¿Quieren un poco de té? – Los dos niegan la oferta.
-        Así que… ¿Ha perdido su trabajo? – me pregunta otra vez el más viejo, que es claramente el líder de los dos.
Asiento con la cabeza mientras mastico un trozo de pan con un poco de huevo, con la yema todavía chorreante.
-        Porque yo quería comentarte una cosa – sigue hablando el viejo – con todo esto que está pasando, la crisis, los desahucios, todo este asunto de Corea, las guerras de oriente medio que empeoran, los tsunamis y terremotos que han ocurrido últimamente en Asia… - hace una pausa, reflexivo - ¿no te da la sensación de que algo grande tiene que pasar?
-        Tal vez – Le digo mientras sigo comiendo.
-        Pues hay una manera de no preocuparse, -  me contesta como si le hubiera dicho un rotundo y desesperado si – te explico cual es. Nosotros hemos encontrado un gran alivio. Hemos hallado todas las respuestas en un libro. Un libro maravilloso que es éste de aquí -  me dice acariciando una pequeña biblia que tiene entre las manos – pues nosotros, los testigos de Jehovah nos dedicamos a estudiar la palabra de Dios directamente tal y como él la ordeno escribir a sus discípulos. Sin intermediarios ni falsos líderes espirituales que predican la palabra de Dios desde un trono. Nosotros vamos directamente a la fuente del saber, la Biblia, - se le llena la boca al pronunciar la palabra biblia – que escribieron los apóstoles, a dictado de Cristo. Y como ésta fuente de sabiduría infinita dice: - Le hace un gesto a su compañero.
-        Como dice el libro de Mateo… – y empieza a leer el de las barbas, que parece un poco más joven – “Ustedes van a oír de guerras e informes de guerras; vean que no se aterroricen. Porque estas cosas tienen que suceder, más todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro. Todas estas cosas son principio de dolores de angustia.” – Y me mira sonriente, orgulloso de su lectura.
-        ¿No te parece – vuelve a hablar el viejo con su voz pausada – que todo eso que dice la biblia que va a suceder, pueda ser una metáfora de lo que está sucediendo ahora?
-        ¿Tú crees? – Le pregunto yo mientras me limpio con una servilleta un poco de jugo de huevo que se derrama de mis labios.
-        Yo estoy convencido – me contesta. – El apocalipsis es inminente. Pero no hay que tenerle miedo, al contrario, va a ser una bendición para los hombres de Dios. Nosotros ya somos un poco viejos y tal vez no lo veamos, pero estoy seguro que tú sí. En treinta o cuarenta años sucederá, no creo que la tierra aguante mucho más este ritmo. Y entonces, como dice la Biblia, Jesús bajará de los cielos y acabará con los pecadores y devolverá a la vida a los buenos hombres que yacen bajo tierra. Nosotros nos reunimos todos los domingos, no lejos de aquí está nuestra iglesia, y nos alegramos de tener a invitados interesados en la salvación. ¿Qué te parece, te gustaría acompañarnos este domingo?
-        Verán – le respondo mientras sigo comiendo – yo quiero ser un hombre de Dios y ser salvado cuando llegue el momento, pero hay algo que me perturba de todo este asunto. Según la biblia hay que tener fe, y los que tengan fe serán salvados y los que no destruidos. ¿Cierto?
-        Cierto. – Me contesta, como siempre, el más viejo.
-        Entonces, me pregunto yo, ¿Qué pasa con esos pueblos de esquimales que viven ajenos a todo esto de la palabra de Dios, la biblia, o cualquier otra creencia, sin embargo nunca han hecho daño a nadie. No son malas personas, ¿verdad?
-        No, claro que no.
-        Sin embargo no tienen fe, entonces, ¿irán ellos al infierno?
-        Bueno, en esos casos, el profeta, cuando descienda de los cielos, sabrá juzgar correctamente. – Me dice tras unos segundos de reflexión.
-        Entonces, ustedes hacen lo que dice la biblia, ¿literalmente?
-        Si, esa es nuestra salvación. – Me responde convencido.
-        Verán – les digo yo – es que hay unos versos de la biblia que me tienen a mí un poco preocupado, es lo que dice levítico, en el versículo 18:22, creo. ¿Lo puede mirar?
-        Si, lo busco – dice ahora el más joven de los dos mientras pasa páginas y más páginas de su libro. – “No te echarás con varón como con mujer; es abominación.” – Pone cara un poco como sorprendido, diría que es la primera vez que lo lee.
-        Entonces, ¿es malo ser homosexual? – Pregunto casi fingiendo preocupación.
-        Pues sí – me dice sonriente el viejo – lo dice claramente, es una abominación a los ojos de Dios.
-        ¿Y qué solución me dan? ¿Voy a ir al infierno, a pesar de ser una persona que no hace daño a nadie, y ayuda a los demás en lo que puede, solo porque practico sexo con otros hombres?
-        Verás joven… - mide las palabras que va a decir el viejo del pelo blanco y la coronilla al viento – …te voy a decir una cosa, - se quita las gafas y me mira como si fuera a ofrecerme una solución milagrosa – yo antes fumaba, pero ahora ya no.
Se forma un silencio de unos segundos, solo interrumpido por el sonido del tren que pasa a escasos metros de mi casa. Ambos esperan mi respuesta con sus ojos clavados en mí, sin borrar su sonrisa en ningún momento. Supongo que creen que recibirán unas gracias por tal iluminación. Como si una condición sexual fuera como un mal vicio que hay que dejar. En lugar de eso, les pregunto:
-        ¿Ustedes comen marisco?  - ambos asienten con la cabeza – Pues yo no. – Les digo – entonces estamos igual de expuestos al castigo de Dios, porque como levítico también dice en el 11:9 y 11:10  “Esto comeréis de todos los animales que viven en las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis. Pero todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación.” Por lo tanto, yo no como marisco, pero practico sexo con otros hombres, sin embargo ustedes comen marisco pero no practican sexo con otros hombres. Nos hace igual de pecadores y dignos de ser castigados por Dios. ¿Estoy en lo cierto?
  Se forma otro largo silencio. No saben que responderme. Los circuitos neuronales de los dos testigos de Jehová parecen haberse frito. Yo les miro satisfecho de mi actuación, y espero con intriga su respuesta. La verdad es que llevo tiempo preparando esto.
-        Verás… - rompe el silencio el viejo de la nuca blanca – Hay normas cuya aplicación ha cambiado con el tiempo.
-        Entonces – respondo - ¿comer marisco está bien, pero practicar sexo con otros hombres está mal, aun cuando lo dice Levítico con unos pocos versículos de diferencia?
-        Exactamente. – Me dice el viejo señalándome con la patilla de sus gafas como si por fin yo hubiera entrado en razón.
  Su mirada está clavada en mí con una sonrisa de gran satisfacción. Se siente victorioso. Su fe ha derrotado mis creencias pecaminosas, el bien ha derrotado al mal, Dios ha derrotado al pecado. Aunque mi punto de vista es totalmente diferente. Me siento impotente ante una credulidad ciega en un libro que ni siquiera conocen al cien por cien. Por un momento se me pasa por la cabeza atacarle aplicando la lógica, debatir el tema. Pero si algo he aprendido de esta conversación es que la lógica no sirve de nada ante la fe, pues la fe está para que las cosas de las que se desconoce la lógica tengan sentido, así la ignorancia de cosas tan relevantes como el sentido de la vida dejan de ser una preocupación, pues está en manos de Dios. La mente de los hombres de fe funciona de otra manera. Y a la vez siento que llevo demasiado rato con esta falsa. Ya he acabado el desayuno. Me levanto a por una cerveza y mientras empiezo a bebérmela les invito a irse de mi casa.
-        Estoy ocupado – les digo – Por favor, déjenme con mis asuntos.
-        De acuerdo, entonces, ¿se pasará el domingo por la iglesia? – me pregunta el viejo – nos encantaría verle por allí, y tal vez podamos ayudarle también con eso. – Me dice señalando mi cerveza.
-        Miren, yo busco el refugio de la realidad en unas cosas, y ustedes en otras. – En el fondo tal vez no seamos tan diferentes.
-        Hijo – me dice ya en la puerta – tienes salvación. Esperamos verte el domingo.
-        Venga, hasta el domingo – les digo en un tono desganado y cerrando la puerta en su cara.
-        Entonces, ¿Vendrá, no? – escucho como hablan al otro lado de la puerta.
-        No lo sé, puede que sí, creo que le hemos sembrado la semilla de la fe.
-        Si, seguro que sí – escucho su voz un poco más débil debido a que ya se están alejando.
  Me vuelvo a acostar en el sofá, el lugar donde paso la mayor parte del día. En una mano sostengo mi cerveza, y en la otra la caña que me hace de mando a distancia desde que éste se quedó sin pilas. Doy una vuelta a todos los canales mientras siento como la cerveza aturde poco a poco mis sentidos. Veo los canales de noticias. El resumen sería paro, corrupción y desahucios. Veo unos instantes de muchas cosas, hienas apareándose, Belén Esteban y su best seller, el inmortal Jordi Hurtado, programas de salud, series… No me detengo en ningún canal por más de quince segundos hasta que veo algo que me llama la atención. Unos dibujos de mi infancia en los que aparecían cinco hippies con unos anillos mágicos que, al juntar sus poderes, invocaban al capitán planeta. Una especie de Superman ecológico con peinado de quinqui que se dedica a patear traseros de los incívicos empresarios y mafiosos que contaminan de manera exagerada la ciudad. Es curioso lo que me gustaban de pequeño, y sin embargo la escasa calidad en la animación que aprecio ahora. La madurez nos hace exigentes, tal vez demasiado. Sigo haciendo zapping por un rato, hasta que caigo dormido otra vez, escasas tres horas desde que me he levantado.
-        Hola chicos – dice el capitán Planeta – como hemos visto en el capítulo de hoy, este país no tiene futuro. Se hunde a una velocidad considerable, pero puedes no hundirte con él, formando la república independiente de tu casa – cuánta televisión en mi cabeza. – El pueblo de Villa Almudena está desierto y rodeado por un fortín. Okupa el fortín y tendrás todo un pueblo entero para ti, al margen del país. Así pues empieza a estudiar las leyes de la okupación de tu país. Y hasta aquí nuestro eco consejo de hoy. ¡Hasta la próxima, amigos del planeta!

  Al despedirse, en mi mente, se reproduce la musiquita de los créditos del final de los dibujos. Poco después despierto. En la tele, que nunca se apaga, están dando un reportaje sobre pueblos abandonados en lugares remotos de la España profunda. En ese momento están hablando precisamente de Villa Almudena. Un pueblo abandonado que está rodeado de un fortín medieval, con inusualmente grandes habitaciones en su base. De manera que realmente es un edificio, abandonado, y por lo tanto okupable. No hay tiempo que perder, le hago caso al capitán Planeta, y me pongo a investigar por internet como están las leyes actuales en lo que a okupación de edificios se refiere. Es una idea que suena descabellada, pero, tal y como se me presentan los próximos meses, con el subsidio de desempleo a punto de finalizar, dos meses de retraso en el pago del alquiler y la luz pendiente de un inminente corte por impago, no siento que tenga nada que perder. Pasa por mi cabeza la imagen de un pueblo cuyos habitantes viven en paz y armonía. Al margen del contexto político del momento. Jamás volver a hablar de recortes, de derecha o izquierda, ni de monarquía, de desahucios ni de patriotismos sin sentido. Un pueblo, más que eso, un pequeño país, cuya única restricción sea el respeto por los demás habitantes. Solo de pensarlo se dibuja una sonrisa en mi cara. La primera en muchos meses. 

miércoles, 1 de enero de 2014

UN DÍA DE ROL


A veces, la vida, es como un videojuego de rol, o una aventura gráfica. Te sitúas en un escenario desconocido en el que tienes que realizar unos movimientos determinados que sabes que te llevarán a la siguiente fase. Que también puede ser un nuevo escenario desconocido. O también puedes volver atrás, a lo que ya conoces, y adquirir experiencia muy lentamente.  La fase en la que me sitúo ahora es el aeropuerto de Praga. Debería ser una de esas fases cortas y fáciles. Transitorias. Mi objetivo es la siguiente fase principal: Tokio. Pero hoy hay una dificultad añadida. La espesa niebla ha impedido que aterrice el avión que tenía que llevarme a Moscú, donde estaba prevista la escala. Una cosa que me parece extraña de este aeropuerto es que hay un control de seguridad antes de cada una de las puertas de embarque. Después del control de seguridad no hay nada. Solo los bancos donde esperar. No hay tiendas, ni bares ni lugar donde darse un paseo. Pasamos el control de seguridad, pero parece que algo falla. Ya es casi la hora de embarcar y todavía nadie nos abre la puerta ni parece dispuesto a atendernos. Me fijo en una chica joven muy guapa que escucha música en sus auriculares.  No tengo nada mejor que hacer en aquella sala de mala muerte. Tras esperar un buen rato nos dicen que salgamos por donde hemos entrado que se retrasa el vuelo. A través del arco de seguridad. Nunca antes había cruzado un arco de seguridad de un aeropuerto en dos direcciones. ¡Quién me hubiera dicho en ese momento que iban a ser cuatro! Le explico al empleado del aeropuerto que tengo que pillar un vuelo a Tokio en Moscú, y que solo hay un par de horas entre los dos vuelos, por lo que lo voy a perder, que si tengo que hacer algo. Me dice que esté tranquilo, que lo primero es llegar a Moscú, y allí me dirija a los “transfer desks” que me lo solucionarán. No me da más información. Resignado, salgo de la diminuta sala de espera, y a fuera no me queda otra que esperar. Acudo a la ventanilla de información, me dice que no se sabe nada del vuelo a Moscú todavía. Al lado hay unas ventanillas que pone “transfer”, pero  el empleado del aeropuerto me había dicho claramente que tengo que acudir a las “transfer” una vez en Moscú. Aquellas que veo al lado de la de información deben de ser para la gente que tuviera escala en Praga y pierda el vuelo. Es lo que pienso en ese momento. La mujer de Información no me ayuda en absoluto. Le pregunto una y otra vez, cada diez o quince minutos aproximadamente. Le explico toda la historia, que tengo que coger un vuelo a Tokio en Moscú, que lo voy a perder, que cuando habrá noticias, pero solo dice una y otra vez “todavía no hay noticias  acerca del vuelo a Moscú”.  Como uno de esos personajes de relleno de las ciudades de los juegos de rol, a los que te acercas a hablarles y no hacen más que repetirte una y otra vez la misma frase, normalmente una frase totalmente inútil o con información reiterada.  Es un ser humano, pero en su lugar podrían haber puesto una figura de acción de He-man de esas con un botoncito que al apretarlo dice “por el poder de Grayskull”. El resultado hubiera sido el mismo, y mucho más barato.
  De repente me siento totalmente atascado. Es uno de esos tediosos niveles en los que tienes un espacio de movilidad muy reducido y no sabes dónde tienes que apretar el botón o hacer click.
  Al cabo de unas horas veo algo cambiar en la pantalla, y un rayo de esperanza me ilumina. El vuelo a Moscú, que tenía el campo de partida vacío, ahora marca las 18:30. Son las 12:15, “solo” tengo que esperar seis horas y cuarto. Luego, una vez en Moscú, ya me aclararán como llegar a Tokio. Me lo ha dicho claramente el empleado del aeropuerto. Me lo tomo lo mejor que sé. Me siento al lado de un enchufe, en el suelo, porque no hay asientos al lado delos enchufes, y me pongo a jugar con el móvil. Así consigo que se me pase más o menos rápida una hora, pero los juegos ya me aburren y todavía faltan más de cinco para el vuelo. Compro algo para picar, pero tampoco me excedo, la comida en el aeropuerto es cara y no me quedan muchas coronas checas. Camino de un extremo a otro de la sala. Una vez, otra vez, y otra, y otras cuantas también. La mochila, mi equipaje de mano, pesa bastante y mi espalda se resiente. Decido sentarme en los sillones que hay para masajes que funcionan con una moneda. Aunque lo que recibo dista mucho de un buen masaje, me levanto descansado y camino hasta el extremo opuesto a mi puerta de embarque. Allí veo una tienda cuya entrada te invita a comprar cerveza a un precio aceptable, para ser un aeropuerto. Vuelvo al lado de mi puerta de embarque y me siento de nuevo en el suelo, junto a un enchufe. Me quito los zapatos y bebo la cerveza mientras se carga el móvil. Me lo tomo lo mejor que sé. Podría ser confundido perfectamente con un mendigo.
  Pasan horas, posiblemente las más aburridas que he pasado en mucho tiempo. No recuerdo haber pasado tanto aburrimiento desde niño, tal vez. Pero bueno, finalmente llega la hora, vuelven a abrir el control de seguridad para entrar en la diminuta sala de espera donde se encuentra la puerta de embarque. Pasado el control, en la sala de espera, decido quedarme el último de la fila para entrar en el avión. Estoy emocionado contándoles a mis amigos por el móvil que por fin voy a coger el avión. Que por fin acaba mi suplicio y voy a pasar a la siguiente fase. Nada más alejado de la realidad. Cuando llega mi turno, el empleado, que ya no es el mismo de la vez anterior, supongo que ése debe haber acabado ya su turno, me dice que no puedo coger el avión. Que tendría que haber ido a “transfer desk” desde un primer momento para coger no sé qué otro vuelo, para enganchar en otro lugar con otro vuelo a Tokio. Llaman a la compañía para ver si me lo pueden solucionar, mientras yo, por un momento, pierdo la calma. Tras el largo día perdido en el aeropuerto siento como si me arrebatasen una parte de mí cuando me impiden pillar el vuelo. Deseo saltar sobre el mostrador y arrancarles las cabezas a los empleados, irracionalmente, solo quiero subir a ese avión por el que he estado esperando todo el puto día, aun cuando me dicen que no puedo pillar ningún vuelo a Tokio en Moscú hasta el día siguiente, pues solo hay uno al día. Es uno de esos momentos en los que desearía que la vida fuera un poco más parecida el GTA, y no a los juegos de rol, en los que deseo sacar una recortada de mi bolsillo izquierdo y liarme a tiros hasta llegar a la cabina del avión que, por supuesto, sé pilotar, y conducir yo mismo hasta Tokio el vehículo sin pensar en las consecuencias. Las lágrimas de la desesperación por un momento parece que van a brotar de mis ojos. Pero finalmente me calmo y les escucho. Tampoco me pueden dar mucha información, me dicen que vaya al mostrador de Aeroflot, la compañía con la que compré el vuelo, y que allí me indicarán que hacer.

  Así lo hago, vuelvo a la entrada del aeropuerto, y me dirijo al empleado de Aeroflot, al que le hago todas las preguntas disponibles en el archivo de mi memoria. Me soluciona lo del billete, y me lo cambia para el día siguiente Aunque no me pone menú vegetariano
porque hay que solicitarlo con treinta y seis horas de antelación y no me avisa. Menos mal que siempre viajo con un paquete de cacahuetes en mi inventario. Tengo que recuperar mi equipaje. Me dice que acuda a reclamación de equipajes y voy. Llego a la puerta, nuevo acertijo. Hay un telefonillo con una lista con números y no sé muy bien cual apretar. La lista no es muy clara, y tampoco estoy seguro de si estoy en la terminal uno o dos del aeropuerto. Finalmente me decido por llamar a un número, pero no obtengo respuesta. Como mi paciencia no está al cien por cien ahora mismo, no dudo ni un momento en marcar cualquier otro número. Me lo pillan de la otra terminal y me dice que tengo que llamar al primer número que llamé. Sigo insistiendo hasta que alguien contesta. Me dicen que espere. Al rato me abren la puerta y me dejan pasar tras pedirme que les muestre mi tarjeta de embarque no utilizada. Estoy en las cintas correderas por las que sale el equipaje cuando llegas. Nunca había estado en una sala de estas sin haber pillado previamente un avión. Todo nuevas y “emocionantes” experiencias hoy. Una vez dentro me vuelven a dejar solo sin darme indicaciones de hacia dónde tengo que ir. Acudo al único mostrador en el que veo a alguien, y me dicen que allí no es, que es el mostrador de al lado, donde no hay nadie. Me dicen que espere. No tengo más remedio. Espero. A cualquier persona que pasa por allí con pintas de trabajar en el aeropuerto le pregunto si saben algo sobre quien debería estar en ese mostrador. Pero no obtengo pistas. Más personajes de relleno, de bulto, en el escenario. Tras un rato aparece alguien en el mostrador. Le explico mi situación y llama por teléfono. Me dice que mi equipaje saldrá por la cinta número 12. Que espere. Espero. Espero. La mujer del mostrador desaparece y vuelvo a sentirme abandonado, sin nadie a quien preguntar, esperando a que salga mi equipaje. Pero pasa casi una hora y no sale nada de la cinta doce, ni de ninguna otra. La mujer vuelve a aparecer, le digo que no ha aparecido mi equipaje por la cinta, y vuelve a llamar, me vuelve a decir que espere en la cinta doce, que ya lo subirán. Finalmente aparece. Mi equipaje y otros cuantos más de los que tendrían que haber ido a Moscú,  que me demuestran, por suerte, que no he sido el único tonto en perder el vuelo. Ya saben lo que dicen que es consuelo de tontos. Por fin, con mi equipaje vuelvo a casa de mi amiga Klara, que me acoge con amabilidad, y se sorprende de mi historia. Me voy a dormir, melodía de buenas noches, sonidito de restauración de PH y PM y al día siguiente a intentar la misma fase con la energía a tope. Aunque con la experiencia adquirida seguro que la supero con facilidad y menos frustrantemente, pues hago amistad con la chica checa de los auriculares, a quién le sucedió lo mismo que a mí.